‡
Parálisis de
conciencia... paréntesis callejero que se nutre del pasado envuelto en sábanas
de azufre. Cada coincidencia perdida, o encontrada, se desintegra en mis pies,
casi como demostrándome la inexorable caída de los cielos, en un vuelo
pragmático y singular, que descongela hasta el corazón mismo de mis pesadillas.
No hay razón que me llene de astucia o perseverancia, en este símbolo que
representa la simbiosis de mi ser con el terreno que me mantiene, siempre
vigilante, rechazando la esperanza, se puede ver claramente, como si de una
pantalla se tratase, la impasible visión del derrumbe caótico de mi ser. He
estado alerta durante varias noches sin poder perseguir una hora de descanso,
siempre rechazando la idea de dormitar por unos segundos, por no caer en la
desgracia que ya sufrieron, tantas veces, otros que, como yo, estaban obligados
al insomnio.
El ruido desciende
insensiblemente, a veces aumenta y luego desaparece de nuevo. La tortura es aún
mayor ahora que cree que puede encontrarme, ahora que siente que mis latidos
aumentan en cada trayecto que recorro. Pero lo estoy perdiendo, lo presiento.
Hace un par de lunas que vaga sin rumbo definido, tratando de identificar mi
respiración jadeante por la notable falta de ejercicio. De todas formas, aún no
estoy a salvo. Puedo percibir el odio que se apodera de su alma, imprimiéndole
una cólera barbárica en sus movimientos, repletos de indecisión e
incertidumbre. Debo amplificar, ahora y por la mayor cantidad de tiempo
posible, las horas que nos separan y convertirlas en días, o semanas, tal vez.
Ya aprendí a escapar de él, luego de tantos fracasos y tantas pérdidas, sé,
exactamente, lo que debo hacer para lograr mi cometido. Estoy cerca de mi
destino: aunque sea por ahora, puedo divisar que ha concluido, este sendero, en
las puertas de mis ideas.
Rugen las tres
bestias sagradas sobre esta nueva ciudad desierta que declaro, aún estando en
un horizonte lejano, y con toda la megalomanía apoderándose de mi ser, será mi
nuevo hogar, tan turbio y demacrado como el anterior, envuelto en malezas y
pastizales, imponente como una selva de hojalata, pero impía y esquelética,
rodeada de miasmas putrefactos provenientes de cataratas nacidas en los picos
altos de los edificios del centro. Quizás, en algún tiempo lejano, haya estado
habitada por esas mismas criaturas que rodearon mi primer escondite y me
obligaron a abandonarlo, en una corrida heroica, aunque trágica; pero puede
notarse, aún desde tanta distancia, que hace tiempo que nadie pisa estas calles
repletas de mugre, insectos e invadidas por la espantosa vegetación que
predomina en estos lugares.
Campanadas de
inocencia... estrepitoso fulgor inducido por descuidos divinos. Debo partir ya.
No puedo dejar que el sol descubra mi paradero, es prioridad adentrarme en lo
desconocido para escapar de lo que no quiero volver a ver, ni sentir, ni oír.
Aube vuelve a mi mente, siempre lo hace. Es como si su manto espiritual aún
siguiera cuidando de mí, como solía hacerlo cuando estaba conmigo, siempre
pendiente de la importancia de lo que yo dejaba ─y aún dejo─ pasar. ¿Puedo
hacerlo solo? ¿Puedo pasar la prueba que se me ha impuesto? Tal vez sí... pero,
¿para qué serviría entonces? Sigo envuelto en el estado mas absurdo que la
humanidad haya inventado en toda su aberrante historia. Puedo distinguir que
nada me atrapa del futuro pero, aún así, vivo y busco seguir viviendo.
¡Oh maravillosa
estrella que te posas sobre mi memoria! ¡Oh andar sempiterno de la sapiencia
impoluta! Cae sobre mí con toda tu fuerza y revienta mi cabeza contra una roca
hasta que mi sangre renueve en tus manos la humedad que el dolor y el llanto te
han quitado. Muele a pedazos este corazón que no sabe por qué palpita sin
verte; arráncalo de este ataúd de carne que acerroja mi alma, arráncalo y
cómetelo para poder darme paz. Si el sentir no es nada al no tenerte, si
maldecir no hará que estés de nuevo besando con dulzura mis cabellos o
acariciando mis manos para darme esperanzas ¿Por qué continúo haciéndolo? Son
fútiles los intentos de reconciliación con los recuerdos, no puedo barrer las
cenizas de mis errores y pretender que, sin que nada se corrompa, en un estado
de infinita armonía, los parámetros de realidad que se envolvían en mi sien,
reconciliados por nuestras mentes, reaparezcan, súbitamente, reestablecidos
como orden primordial de la rutina.
¡Oh maravillosa
estrella que te posas sobre mi memoria! ¡Oh andar sempiterno de la sapiencia
impoluta! No reniegues de tu idiosincrasia celestial al caer solemnemente sobre
las planicies de lo oculto. Arrójame al mar hasta ahogarme en los abismos que
rebozan de monstruosas apariciones desconocidas. No es vivir no poder
abrazarte, no es sentir no poder tocarte, no es justo que el demonio que
carcome nuestros cuerpos nos haya separado tan terroríficamente. No es humano
el ser... si no soy contigo.
¡Oh maravillosa
estrella que te posas sobre mi memoria! ¡Oh andar sempiterno de la sapiencia
impoluta! ¡Oh majestuoso llamado de idiotez! ¡Oh parálisis de conciencia...
paréntesis callejero que se nutre del pasado envuelto en sábanas de azufre!
Calma esta sed de muerte que persigue mis huellas, aunque sea, hasta que
descubra cómo poder retomar el rumbo de mis pasos.
‡