lunes, 27 de enero de 2014


¿Quién maneja los caminos del odio? Podrían ayudarme a empacar mis cosas y me habré ido. Pero decido quedarme siempre. Podemos decir, siempre que se sepa, como si fuera primordial abastecer las arremetidas del tiempo, que, sin ayuda de susceptibilidades, la luna es una voladora frecuente, acumulando millas para su próximo viaje, siempre y cuando ―y aquí podemos discutir largas horas―, se someta su escultural arquitectura en ropas de algún dejo de obviedad. De esta forma, que no podría ser otra sin retorcerse en su ombligo, todos envidiamos lo que se nos presenta como un regalo, un movimiento de obligada constancia para refraccionar las mentes de los desvelados. Hay un dado en mi bolsillo... que gira y miente sobre mi suerte. Puedo llevarlo a cuestas hasta el borde del ocaso o, si la situación lo amerita, simplemente convertirlo en lo que soy... soy un dado, si se da vuelta estaré de cabeza... un dado-vuelta. El odio aparece como una sombra en el crepúsculo, mientras las torres de la angustia se derrumban sobre mí...
Se cuentan los minutos entre el cadalso periférico de la indiscutida compañía petulante y el revoloteo ambiguo de aquel sonido indescifrable. ¿Qué es lo que estoy buscando? ¿Una respuesta a qué pregunta? ¿Alguna de las que ya formulé hasta ahora o una que está por ser formulada? No hay simplezas en lo que se me presenta, irrespetuosamente, incontables veces, sobre la idiotez en la que me encuentro. Busco completar el rompecabezas de la historia, distinguir entre mis manos aquello que no logro alcanzar. Y allí está de nuevo: una especie de romboide con sus líneas onduladas hacia su interior, una personificación inenarrable de la perfección, un sentido común desbaratado por la cadencia, la oscuridad que irrumpe en un cuarto desvencijado. ¡He aquí la panacea! Sobre la inexorable determinación de la carne que nos carcome desde adentro, como un soliloquio interminable de algún residente desagradable en nuestras entrañas, se dibuja el símbolo, mitificado desde tiempos estúpidamente olvidados, que logra desfigurar mi ser, siempre dispuesto a ceder, hasta reconfigurar la matriz de mis movimientos. Acaso el miedo distinga entre las ideas que me llevan a quedarme y las que me obligan a irme. El odio aparece como una sombra en el crepúsculo, mientras las torres de la angustia se derrumban sobre mí...
He visto en lo que se convierten algunos por intentar poseer lo que nos está vedado. He sido testigo de tantos idiotas queriendo llegar... ¿Llegar? Puede decirse de esta forma, no lo pongo más en duda. Así se retrasa todo... y se amplifica el reinado de la nada. ¡Sombras! ¡Impías oscuridades con cuerpo informe que se chocan unas con otras! ¡Masa enmudecida que se esparce por donde antes no tenían reinado! ¿Así será, luego de un tiempo prudencial para la crianza, en todos los recovecos del mundo, la socialización? Sé que hay algo detrás de mí, siempre vigilante, esperando mi descuido para perforarme con una puñalada tóxica, recelosa y reiterativa, hasta descuartizarme y despojarme de las ataduras del cuerpo. El odio aparece como una sombra en el crepúsculo, mientras las torres de la angustia se derrumban sobre mí...
Mis dedos se posan sobre la copa, como una araña gigante que abraza a su presa con el fin de estrujarle hasta la última gota de sangre, esperando que se llene nuevamente. ¡Realidad adversa! Ya no habrá nadie que vuelque el sudor de la fruta dentro de mi garganta reseca... ¿Dónde estoy? Este no es el mundo como lo conozco o como recuerdo haberlo conocido. ¿Qué estoy diciendo realmente? ¿Quién impone palabras en mis manos? ¡Maldito transeúnte mental! La opresión cerebral hace su aparición explosiva... y ese símbolo, otra vez aquí... negro, rojo y azul... por más que intente no puedo recordar. Se desvanecen los paisajes nuevamente, soy invisible y estoy otra vez sumido en un planeta restablecido, que de más está decir que no es el mío, pero no dudo en exponerlo. Por todos los recovecos posibles corre la gente, y la lluvia se avecina esperando poner orden en las calles. Pero esto no funciona realmente, no soy yo quien está inmóvil entre todas esas personas que desmienten mi presencia. El dolor comienza a ser más fuerte... El odio aparece como una sombra en el crepúsculo, mientras las torres de la angustia se derrumban sobre mí...
¡Calla insensato! Alimento de los tiburones... manos de Maldoror. No podrás llegar a mí tan fácilmente. Lucharé hasta que no quede más de mí que... un odio que aparece como una sombra en... ¡No! No has de tenerme más tiempo prisionero en mi propia mente... Hay que ver quién puede lograr sobrellevar los balcones de la perfidia. He visto cómo los hombres se tragan la tierra, arrastrando hasta el último suspiro de la mente de aquellos que intentan contener en sus manos, como un dragón recostado sobre su tesoro, la idiotez que les hace creerse gigantes pisoteando un arrollo. Yo empujé los océanos contra quienes quisieron desafiarme, como puedo arrojar tu alma en una cajita de metal y cerrarla con llave. Yo, no... El odio aparece como una sombra en el crepúsculo, mientras las torres de la angustia se derrumban sobre mí...
La luz me despabila. ¿Hace cuánto no contemplaba la iluminación de un espacio abierto con placer y dulzura? ¿Lo habré hecho alguna vez? Sé que no es real y, sin embargo, mientras todo a mi alrededor cambia según sus propias leyes, sigo disfrutando de una mentira espeluznantemente hermosa. Me veo obligado a recostarme en la hierba, eterno placer de inefable calefacción. El minúsculo resplandor de conciencia corrompe las siluetas. Así es como debe corresponderse a un recado, no hay luciérnagas que no quieran ver lo que yo veo. Los coros se elevan por detrás entre dientes malévolos sustentados por hilos de titiritero. Yo no soy quien todos creen, ni creo ser lo que quieren que esté establecido como mi comportamiento habitual, así como no quiero creer lo que me representa. No puedo divulgar aquellas dolencias que me atraen hacia el viciado aire de incertidumbre e introspección, aunque, sacando de contexto las modernas costumbres de pertrechos, siempre hay alguien que, por costumbre o miedo, en una carretera de velocidades insultantes, pretende desprender de mi memoria algo que, como todo lo demás que deseo conservar, se estremece en alarmas insoportables, con cada sacudida, para evitar revelarse al mundo en su desnudez espiritual. Nadie está exento de intentar llevar a cabo este repugnante acto de envidia y maldad. El odio aparece como una sombra en el crepúsculo, mientras las torres de la angustia se derrumban sobre mí...
Si los idiomas se abrazaran en una sola idea... podría llegar, lo sé. Una estancia de cristal retrocede indolente por un prematuro incordio con la ilusión. Solo... otra vez, solo peleo para atravesar la espesura, una tierra distante me espera. Se rebobinan las paredes en este entorno inconsistente, abriéndose incontables senderos, aquí y allá, entre los que se puede distinguir, si mi cuerpo ahora es el de un halcón, como figuras estrelladas, envueltas en mantos de insurrección, permanentemente desvalidas y acuosas. Retornan las ideas que antes se callaban a la hora de cenar y, mientras me siento en una roca que aparece en mi mano izquierda, retomo el placer de recrear todas las acartonadas notas de violencia que me esperan, rechazando las injurias, para descomponer mi imagen y sustituirme, como antaño ha pasado, obligación de mi ser mediante, por un ente que se asemeje más a la noche. ¡Oh luna bienamada que te vuelcas nuevamente sobre mis pensamientos! ¡Oh luna que previenes a mis pies de saborear el suelo! ¡No dejes, luna mía, que me estremezca con la presencia del absurdo! Luna llena de melancolía, luna azul, luna-tul, luna aterciopelada, luna durazno, luna de lirio, luna delirante, luna de lágrimas que no menguan. Luna petrificada, de sabores irreconocibles. Luna olor de miel, sobre los libros de tu vientre. Luna impasible, con música de cello. No me dejes temblando de extrañeza... no permitas que todo caduque. No traiciones los tratados incondicionales de maestría astral. No rechaces este instante de telepatía. No deshueses a este pobre y acorralado espíritu sombrío que te necesita a su lado. No te vayas ahora que el odio es la sombra del crepúsculo, y las torres de la angustia son escombros derrumbados sobre mí...


lunes, 20 de enero de 2014

Capítulo Segundo
En-sueños

Despierta la ciudad en llamas, con el aliento entumecido, y todos corren o tropiezan para salvar sus propios miembros, siempre redondeando el círculo de desesperación. Catapultas espectrales vomitan impíos objetos solubles que contaminan todo en lo que se mimetizan mientras, a lo lejos, se escucha el llanto de los árboles que caen, uno por uno, para convertirse en leña que le da de comer al caos. Heme aquí, en medio de toda esta visión nauseabunda, rodeado de cosas que pensé nunca más poder ver y, sin embargo, tengo la posibilidad de observarlas una vez más en el momento justo en el que la ruina las mutó en olvidos. No creo poder establecer un contacto con nadie en este sórdido palacio de violencia. Me siento inservible, pequeño, desnudo e invisible, como si algo permitiera que toda esta inmundicia que me rodea pudiese percatarse de mis más oscuros secretos y no le importase más que una pluma tirada en una plaza. Esto soy yo para este mundo: un ser superfluo y venido a menos, una piltrafa caminante, sin misterio, nada para dar o digno de ser escuchado, una pérdida de tiempo. Y, por lo visto, nadie tiene tiempo para perder aquí. ¿Podrás negar que lo que digo es cierto?
Me resuelvo, o resuelvo comenzar a sorberme. ¿A quién van dirigidas mis preguntas? ¿A quién esta última, o aquella primera? No recuerdo... algo oprime mi cerebro como si estuviera en una morsa. ¡Oh, si llorar pudiese limpiar mis heridas! ¡Si las sombras de aquel penacho amenazante pudieran, ahora y por un tiempo prudencial, serme de utilidad como en años anteriores! Todo culmina en una luz que explota y me siento levitar lentamente hasta ser rodeado por mis miedos. Voy a ser... ¿Qué voy a ser? ¿Qué voy a hacer? Si ser es hacer y lo hecho es susceptible a lo que soy, creo estar perdiendo de nuevo, pero no sé qué es lo que se me está escapando esta vez. Magnifica solvencia de placeres dudosos, en el crepúsculo de mi sien se retuerce tu silueta y en la mística reverberación de tus dotes, crispados y envueltos en penumbras, me siento enflaquecer, dormitar y reprocharme, culminando mis sinuosas participaciones, siempre fragantes y carentes de magia, en un símbolo de estropeada arquitectura, casi como una rueda que, por el uso o la erosión del tiempo, se sienta, cuadrada, a esperar ser destituida.
Y ahora apareces y te vas... todo cambia, o eso quiero creer. Pareciera ser constante a lo que he visto, pero hay un sentimiento, como una explicación implícita que solo yo puedo dilucidar, que es distinto. Una máscara te cubre los ojos e inmediatamente solo queda tu boca, provocando que todo el resto de tu cuerpo pase a ser solo un recuerdo. Sé que intentas decirme algo, pero cuando quiero escucharte me voy. No puedo controlar la situación, todo me sobrepasa, se interponen mil vivencias, una sobre la otra, pero me son ajenas. Y un automóvil recorre una autopista desconocida, sin rumbo me encuentro en su interior. Sin conductor, sin interlocutores. Vive y déjame morir en paz. Cuatro veces cinco, diez veces seis, quince veces veinte, cincuenta veces cien... Comienzo a correr.
Esquelético resorte de cordura envidiable, sube y préstame tus alas: una, dimensión de dioses negligentes que, como un palio, cubre las estrellas; la otra, corrompida y lánguida. Y aquí la luna salta sobre la idiotez, se retuerce en espasmos de un dolor que le fue provocado por el odio. Ya no hay más para ver... salvo el mismo símbolo que se me presenta como una advertencia: azul, rojo y negro. Cada color con su propia columna, y la unión en sus puntas como la convergencia de algo divino e insondable.
Tregua... una mano roza mi frente. ¿Quién es? ¿Aube? ¿Quién es Aube? ¿Por qué vino este nombre a mi cabeza? La opresión cerebral nuevamente... me duelen los recuerdos mucho más que cuando no los había olvidado. Quiero volver, pero una garra siniestra me empuja más y más a la nada. Siento que la mano se aleja y luego también el cuerpo, que es dueño de aquellos dedos que, por un segundo, me hicieron revivir. Ahora vuelvo a desvanecerme, todo es oscuro, pierdo los sentidos. Me estoy volviendo impalpable...