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¿Dónde estoy? Tengo
un desierto de hielo en mi alma... las imágenes que se me presentan, disueltas
en escaleras brillantes, están resecando, cada una con su respectivo y agobiante
modo, los pocos sentidos que aún luchan por sobrevivir. El eco de su alquimia
hace temblar al viento que perturba mi frente, aumentando proporcionalmente el
río de impasibles ojos que, en una voz carraspeante, siempre visible por los
armónicos del cielo, se mimetiza con la soledad que me rodea.
¡Oídos de silencio!
Llama a mi puerta la cambiante melodía de atardeceres. Hoy es el cansancio de
los años, mañana... será jueves. El verde resplandor, así como la coloquial
simpleza de los rojos, entre la costumbre de salir de la tierra y contar dos
chistes, corromperá el rol que le fue impuesto.
Si tan solo los
estanques fueran tan verdes como las flores de tus pechos, ángel inmemorial que
te posas sobre los océanos, en una caravana de sulfatadas imposiciones, con tu
mirada de algodón en un cetro de clarividencia. Belleza absoluta, relámpagos de
miel, cúspide del sueño intranquilo que corroe a los dioses. Es aquí donde
perecerán mis cavilaciones, si es que no consigo detonar en tu rostro la
crudeza que me convierte en humano, por el claroscuro que envuelve tu iris,
maniobrando mis movimientos con tus pensamientos, enviándome hacia aquel portal
que se abre con estruendosos resplandores.
¿Dónde estoy? Todo
da vueltas. Mi espíritu se rompe en incontables partículas de historia, yace
enmudecido, su vínculo plateado arrastrado por el suelo. Árboles marchitos,
solo reconocibles por su negruzca silueta en contraste con el imponente cielo
de amaranto, rechinan de dolor, sus ramas corrompidas por un millar de cuervos
que se hacen al vuelo al verme. ¿Qué masacre esperan, viles espíritus? ¿El
dolor solo se calma con dolor? Ninguna estrella veo que pueda abrazarme, ningún
destello de luz... todo es perfecto, pero no dejo de sentirme aplastado. Sé que
está jugando con mi mente... Sé que intenta corromperme.
Tarde... comienza a
ascender humo a mi alrededor. Un vapor rojizo desprovisto de brillo, semblante
abstracto, cauteloso y momificado, el rostro de las mil colmenas que se
apresura a devorarme. Extraño algo que no recuerdo qué es; en este momento de
inmediata necesidad de recuerdos, ellos son la clave. Una, dos, tres... líneas
que se cruzan en mi camino, toman direcciones opuestas y vuelven a acercarse,
dibujando en el éter algo que sé que ya he visto. Rojo, negro, azul... un
símbolo impoluto, que me persigue hacia donde vaya. Debo romper los sellos
antes de que la niebla me cubra por completo.
¡Oh! Jamás he
deseado tanto lo que mis lágrimas me recriminan. Otra vez puedo sentir que
alguien acaricia mi frente. Sé que no estoy donde debería estar. Mi cuerpo, mi
cuerpo real, aquel que me llevó por los confines de ese hórrido lugar, siempre
deseoso de encontrar reposo en algún escondite apropiado, está muy lejos de mí.
Pero puedo sentir esa mano en mi hombro, tratando de despertarme. ¿Cómo llego
hacia él? ¿Cómo podré librarme de todo esto y regresar a mí?
No te vayas...
quienquiera que seas... No me abandones, que el cielo comienza a mancharse. Los
vestigios del mundo se transparentan en mis ojos turbios y las ramas empiezan a
caer. Soy un ser débil y no puedo controlar los cambios... ¿Qué será de mí
ahora? ¡Frágil ciempiés de lava que me arrastras hacia lo desconocido! ¡No me
alejes de mis primeros recuerdos, no permitas que mi mente vuelva a cero en
esta batalla que no sé como pelear! Es inútil... la visión desaparece, y todo
comienza a crearse de nuevo. ¿Cuánto tardará en borrarme lo que he descubierto?
¿Dónde estoy?
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