martes, 18 de marzo de 2014


Caigo y me desconcentro, todo el tiempo vuelvo al mismo lugar que siempre supo cobijar mis miserias, aquellos destellos de lo que intento desprenderme pero siempre vuelven a ser el centro de la parafernalia visual que soy. Me descuido, cuido la decencia, soy un imberbe. Ladro y me retuerzo, soy un peso que se escapa de tu balanza, un pesado. El orden está claro y no lo veo, tantas luces que se desprenden de la cuna que se mece entre abejas que se repiten hasta lo absoluto. Me lanzo al vacío, ya no soporto mis pies sobre las sombras talladas en las piedras recostadas en tu sien. ¿Me ves? ¿Puedes verme, realmente, a través de la rendija de la idiotez? Algo me persigue y me escondo; soy yo otra vez, pero no, tengo piernas en las manos y sobre soles camino. ¡Alguien que me apague!
¡Oh, insinuación de continuidad, taciturno movimiento de esos dedos raquíticos que estrujan almas! Las verdades son mías, siempre caigo sobre la hierba y esta vez no será diferente. Pálido e inútil, un estropajo entre jardines de esplendor caótico y reconfortante, sobre un centro blanco y negro, mimetizado con las notas de aquella voz, pierdo el equilibrio de mis pensamientos, antaño capaces de construir un nuevo firmamento, hasta que mi ser se desprende de mí, átomo por átomo. ¿Quién corre por la espalda de mis sueños persiguiendo algún vestigio de razón?
Y me encuentro otra vez en mi estúpido estado de inocencia, buscando... una voz, una palabra, un hombro, un abrazo. Solo encuentro puertas cerradas con llave, aunque escucho los aullidos de dolor de los que están adentro. Corriente abrasadora y fútil, me empujas hacia lo imposible y aún así logras convencerme; y así, lastimado y farfullando otras realidades, empujo con todo mi esqueleto, carcomido por los años, aquella pared que me separa de mis sueños. El detonante gira una llave que se desprende de mi pecho en un armonioso canto de sufrimiento, vacío caminante, ambulante; e inmediatamente petrificado, solo esperaba un beso, un beso de aquella mujer que ahora solo es un cadáver mutilado, carnicería de mis recuerdos, colgando del techo de aquella habitación que se ríe de mí.


martes, 18 de febrero de 2014


¿Dónde estoy? Tengo un desierto de hielo en mi alma... las imágenes que se me presentan, disueltas en escaleras brillantes, están resecando, cada una con su respectivo y agobiante modo, los pocos sentidos que aún luchan por sobrevivir. El eco de su alquimia hace temblar al viento que perturba mi frente, aumentando proporcionalmente el río de impasibles ojos que, en una voz carraspeante, siempre visible por los armónicos del cielo, se mimetiza con la soledad que me rodea.
¡Oídos de silencio! Llama a mi puerta la cambiante melodía de atardeceres. Hoy es el cansancio de los años, mañana... será jueves. El verde resplandor, así como la coloquial simpleza de los rojos, entre la costumbre de salir de la tierra y contar dos chistes, corromperá el rol que le fue impuesto.
Si tan solo los estanques fueran tan verdes como las flores de tus pechos, ángel inmemorial que te posas sobre los océanos, en una caravana de sulfatadas imposiciones, con tu mirada de algodón en un cetro de clarividencia. Belleza absoluta, relámpagos de miel, cúspide del sueño intranquilo que corroe a los dioses. Es aquí donde perecerán mis cavilaciones, si es que no consigo detonar en tu rostro la crudeza que me convierte en humano, por el claroscuro que envuelve tu iris, maniobrando mis movimientos con tus pensamientos, enviándome hacia aquel portal que se abre con estruendosos resplandores.
¿Dónde estoy? Todo da vueltas. Mi espíritu se rompe en incontables partículas de historia, yace enmudecido, su vínculo plateado arrastrado por el suelo. Árboles marchitos, solo reconocibles por su negruzca silueta en contraste con el imponente cielo de amaranto, rechinan de dolor, sus ramas corrompidas por un millar de cuervos que se hacen al vuelo al verme. ¿Qué masacre esperan, viles espíritus? ¿El dolor solo se calma con dolor? Ninguna estrella veo que pueda abrazarme, ningún destello de luz... todo es perfecto, pero no dejo de sentirme aplastado. Sé que está jugando con mi mente... Sé que intenta corromperme.
Tarde... comienza a ascender humo a mi alrededor. Un vapor rojizo desprovisto de brillo, semblante abstracto, cauteloso y momificado, el rostro de las mil colmenas que se apresura a devorarme. Extraño algo que no recuerdo qué es; en este momento de inmediata necesidad de recuerdos, ellos son la clave. Una, dos, tres... líneas que se cruzan en mi camino, toman direcciones opuestas y vuelven a acercarse, dibujando en el éter algo que sé que ya he visto. Rojo, negro, azul... un símbolo impoluto, que me persigue hacia donde vaya. Debo romper los sellos antes de que la niebla me cubra por completo.
¡Oh! Jamás he deseado tanto lo que mis lágrimas me recriminan. Otra vez puedo sentir que alguien acaricia mi frente. Sé que no estoy donde debería estar. Mi cuerpo, mi cuerpo real, aquel que me llevó por los confines de ese hórrido lugar, siempre deseoso de encontrar reposo en algún escondite apropiado, está muy lejos de mí. Pero puedo sentir esa mano en mi hombro, tratando de despertarme. ¿Cómo llego hacia él? ¿Cómo podré librarme de todo esto y regresar a mí?
No te vayas... quienquiera que seas... No me abandones, que el cielo comienza a mancharse. Los vestigios del mundo se transparentan en mis ojos turbios y las ramas empiezan a caer. Soy un ser débil y no puedo controlar los cambios... ¿Qué será de mí ahora? ¡Frágil ciempiés de lava que me arrastras hacia lo desconocido! ¡No me alejes de mis primeros recuerdos, no permitas que mi mente vuelva a cero en esta batalla que no sé como pelear! Es inútil... la visión desaparece, y todo comienza a crearse de nuevo. ¿Cuánto tardará en borrarme lo que he descubierto?
¿Dónde estoy?


lunes, 27 de enero de 2014


¿Quién maneja los caminos del odio? Podrían ayudarme a empacar mis cosas y me habré ido. Pero decido quedarme siempre. Podemos decir, siempre que se sepa, como si fuera primordial abastecer las arremetidas del tiempo, que, sin ayuda de susceptibilidades, la luna es una voladora frecuente, acumulando millas para su próximo viaje, siempre y cuando ―y aquí podemos discutir largas horas―, se someta su escultural arquitectura en ropas de algún dejo de obviedad. De esta forma, que no podría ser otra sin retorcerse en su ombligo, todos envidiamos lo que se nos presenta como un regalo, un movimiento de obligada constancia para refraccionar las mentes de los desvelados. Hay un dado en mi bolsillo... que gira y miente sobre mi suerte. Puedo llevarlo a cuestas hasta el borde del ocaso o, si la situación lo amerita, simplemente convertirlo en lo que soy... soy un dado, si se da vuelta estaré de cabeza... un dado-vuelta. El odio aparece como una sombra en el crepúsculo, mientras las torres de la angustia se derrumban sobre mí...
Se cuentan los minutos entre el cadalso periférico de la indiscutida compañía petulante y el revoloteo ambiguo de aquel sonido indescifrable. ¿Qué es lo que estoy buscando? ¿Una respuesta a qué pregunta? ¿Alguna de las que ya formulé hasta ahora o una que está por ser formulada? No hay simplezas en lo que se me presenta, irrespetuosamente, incontables veces, sobre la idiotez en la que me encuentro. Busco completar el rompecabezas de la historia, distinguir entre mis manos aquello que no logro alcanzar. Y allí está de nuevo: una especie de romboide con sus líneas onduladas hacia su interior, una personificación inenarrable de la perfección, un sentido común desbaratado por la cadencia, la oscuridad que irrumpe en un cuarto desvencijado. ¡He aquí la panacea! Sobre la inexorable determinación de la carne que nos carcome desde adentro, como un soliloquio interminable de algún residente desagradable en nuestras entrañas, se dibuja el símbolo, mitificado desde tiempos estúpidamente olvidados, que logra desfigurar mi ser, siempre dispuesto a ceder, hasta reconfigurar la matriz de mis movimientos. Acaso el miedo distinga entre las ideas que me llevan a quedarme y las que me obligan a irme. El odio aparece como una sombra en el crepúsculo, mientras las torres de la angustia se derrumban sobre mí...
He visto en lo que se convierten algunos por intentar poseer lo que nos está vedado. He sido testigo de tantos idiotas queriendo llegar... ¿Llegar? Puede decirse de esta forma, no lo pongo más en duda. Así se retrasa todo... y se amplifica el reinado de la nada. ¡Sombras! ¡Impías oscuridades con cuerpo informe que se chocan unas con otras! ¡Masa enmudecida que se esparce por donde antes no tenían reinado! ¿Así será, luego de un tiempo prudencial para la crianza, en todos los recovecos del mundo, la socialización? Sé que hay algo detrás de mí, siempre vigilante, esperando mi descuido para perforarme con una puñalada tóxica, recelosa y reiterativa, hasta descuartizarme y despojarme de las ataduras del cuerpo. El odio aparece como una sombra en el crepúsculo, mientras las torres de la angustia se derrumban sobre mí...
Mis dedos se posan sobre la copa, como una araña gigante que abraza a su presa con el fin de estrujarle hasta la última gota de sangre, esperando que se llene nuevamente. ¡Realidad adversa! Ya no habrá nadie que vuelque el sudor de la fruta dentro de mi garganta reseca... ¿Dónde estoy? Este no es el mundo como lo conozco o como recuerdo haberlo conocido. ¿Qué estoy diciendo realmente? ¿Quién impone palabras en mis manos? ¡Maldito transeúnte mental! La opresión cerebral hace su aparición explosiva... y ese símbolo, otra vez aquí... negro, rojo y azul... por más que intente no puedo recordar. Se desvanecen los paisajes nuevamente, soy invisible y estoy otra vez sumido en un planeta restablecido, que de más está decir que no es el mío, pero no dudo en exponerlo. Por todos los recovecos posibles corre la gente, y la lluvia se avecina esperando poner orden en las calles. Pero esto no funciona realmente, no soy yo quien está inmóvil entre todas esas personas que desmienten mi presencia. El dolor comienza a ser más fuerte... El odio aparece como una sombra en el crepúsculo, mientras las torres de la angustia se derrumban sobre mí...
¡Calla insensato! Alimento de los tiburones... manos de Maldoror. No podrás llegar a mí tan fácilmente. Lucharé hasta que no quede más de mí que... un odio que aparece como una sombra en... ¡No! No has de tenerme más tiempo prisionero en mi propia mente... Hay que ver quién puede lograr sobrellevar los balcones de la perfidia. He visto cómo los hombres se tragan la tierra, arrastrando hasta el último suspiro de la mente de aquellos que intentan contener en sus manos, como un dragón recostado sobre su tesoro, la idiotez que les hace creerse gigantes pisoteando un arrollo. Yo empujé los océanos contra quienes quisieron desafiarme, como puedo arrojar tu alma en una cajita de metal y cerrarla con llave. Yo, no... El odio aparece como una sombra en el crepúsculo, mientras las torres de la angustia se derrumban sobre mí...
La luz me despabila. ¿Hace cuánto no contemplaba la iluminación de un espacio abierto con placer y dulzura? ¿Lo habré hecho alguna vez? Sé que no es real y, sin embargo, mientras todo a mi alrededor cambia según sus propias leyes, sigo disfrutando de una mentira espeluznantemente hermosa. Me veo obligado a recostarme en la hierba, eterno placer de inefable calefacción. El minúsculo resplandor de conciencia corrompe las siluetas. Así es como debe corresponderse a un recado, no hay luciérnagas que no quieran ver lo que yo veo. Los coros se elevan por detrás entre dientes malévolos sustentados por hilos de titiritero. Yo no soy quien todos creen, ni creo ser lo que quieren que esté establecido como mi comportamiento habitual, así como no quiero creer lo que me representa. No puedo divulgar aquellas dolencias que me atraen hacia el viciado aire de incertidumbre e introspección, aunque, sacando de contexto las modernas costumbres de pertrechos, siempre hay alguien que, por costumbre o miedo, en una carretera de velocidades insultantes, pretende desprender de mi memoria algo que, como todo lo demás que deseo conservar, se estremece en alarmas insoportables, con cada sacudida, para evitar revelarse al mundo en su desnudez espiritual. Nadie está exento de intentar llevar a cabo este repugnante acto de envidia y maldad. El odio aparece como una sombra en el crepúsculo, mientras las torres de la angustia se derrumban sobre mí...
Si los idiomas se abrazaran en una sola idea... podría llegar, lo sé. Una estancia de cristal retrocede indolente por un prematuro incordio con la ilusión. Solo... otra vez, solo peleo para atravesar la espesura, una tierra distante me espera. Se rebobinan las paredes en este entorno inconsistente, abriéndose incontables senderos, aquí y allá, entre los que se puede distinguir, si mi cuerpo ahora es el de un halcón, como figuras estrelladas, envueltas en mantos de insurrección, permanentemente desvalidas y acuosas. Retornan las ideas que antes se callaban a la hora de cenar y, mientras me siento en una roca que aparece en mi mano izquierda, retomo el placer de recrear todas las acartonadas notas de violencia que me esperan, rechazando las injurias, para descomponer mi imagen y sustituirme, como antaño ha pasado, obligación de mi ser mediante, por un ente que se asemeje más a la noche. ¡Oh luna bienamada que te vuelcas nuevamente sobre mis pensamientos! ¡Oh luna que previenes a mis pies de saborear el suelo! ¡No dejes, luna mía, que me estremezca con la presencia del absurdo! Luna llena de melancolía, luna azul, luna-tul, luna aterciopelada, luna durazno, luna de lirio, luna delirante, luna de lágrimas que no menguan. Luna petrificada, de sabores irreconocibles. Luna olor de miel, sobre los libros de tu vientre. Luna impasible, con música de cello. No me dejes temblando de extrañeza... no permitas que todo caduque. No traiciones los tratados incondicionales de maestría astral. No rechaces este instante de telepatía. No deshueses a este pobre y acorralado espíritu sombrío que te necesita a su lado. No te vayas ahora que el odio es la sombra del crepúsculo, y las torres de la angustia son escombros derrumbados sobre mí...


lunes, 20 de enero de 2014

Capítulo Segundo
En-sueños

Despierta la ciudad en llamas, con el aliento entumecido, y todos corren o tropiezan para salvar sus propios miembros, siempre redondeando el círculo de desesperación. Catapultas espectrales vomitan impíos objetos solubles que contaminan todo en lo que se mimetizan mientras, a lo lejos, se escucha el llanto de los árboles que caen, uno por uno, para convertirse en leña que le da de comer al caos. Heme aquí, en medio de toda esta visión nauseabunda, rodeado de cosas que pensé nunca más poder ver y, sin embargo, tengo la posibilidad de observarlas una vez más en el momento justo en el que la ruina las mutó en olvidos. No creo poder establecer un contacto con nadie en este sórdido palacio de violencia. Me siento inservible, pequeño, desnudo e invisible, como si algo permitiera que toda esta inmundicia que me rodea pudiese percatarse de mis más oscuros secretos y no le importase más que una pluma tirada en una plaza. Esto soy yo para este mundo: un ser superfluo y venido a menos, una piltrafa caminante, sin misterio, nada para dar o digno de ser escuchado, una pérdida de tiempo. Y, por lo visto, nadie tiene tiempo para perder aquí. ¿Podrás negar que lo que digo es cierto?
Me resuelvo, o resuelvo comenzar a sorberme. ¿A quién van dirigidas mis preguntas? ¿A quién esta última, o aquella primera? No recuerdo... algo oprime mi cerebro como si estuviera en una morsa. ¡Oh, si llorar pudiese limpiar mis heridas! ¡Si las sombras de aquel penacho amenazante pudieran, ahora y por un tiempo prudencial, serme de utilidad como en años anteriores! Todo culmina en una luz que explota y me siento levitar lentamente hasta ser rodeado por mis miedos. Voy a ser... ¿Qué voy a ser? ¿Qué voy a hacer? Si ser es hacer y lo hecho es susceptible a lo que soy, creo estar perdiendo de nuevo, pero no sé qué es lo que se me está escapando esta vez. Magnifica solvencia de placeres dudosos, en el crepúsculo de mi sien se retuerce tu silueta y en la mística reverberación de tus dotes, crispados y envueltos en penumbras, me siento enflaquecer, dormitar y reprocharme, culminando mis sinuosas participaciones, siempre fragantes y carentes de magia, en un símbolo de estropeada arquitectura, casi como una rueda que, por el uso o la erosión del tiempo, se sienta, cuadrada, a esperar ser destituida.
Y ahora apareces y te vas... todo cambia, o eso quiero creer. Pareciera ser constante a lo que he visto, pero hay un sentimiento, como una explicación implícita que solo yo puedo dilucidar, que es distinto. Una máscara te cubre los ojos e inmediatamente solo queda tu boca, provocando que todo el resto de tu cuerpo pase a ser solo un recuerdo. Sé que intentas decirme algo, pero cuando quiero escucharte me voy. No puedo controlar la situación, todo me sobrepasa, se interponen mil vivencias, una sobre la otra, pero me son ajenas. Y un automóvil recorre una autopista desconocida, sin rumbo me encuentro en su interior. Sin conductor, sin interlocutores. Vive y déjame morir en paz. Cuatro veces cinco, diez veces seis, quince veces veinte, cincuenta veces cien... Comienzo a correr.
Esquelético resorte de cordura envidiable, sube y préstame tus alas: una, dimensión de dioses negligentes que, como un palio, cubre las estrellas; la otra, corrompida y lánguida. Y aquí la luna salta sobre la idiotez, se retuerce en espasmos de un dolor que le fue provocado por el odio. Ya no hay más para ver... salvo el mismo símbolo que se me presenta como una advertencia: azul, rojo y negro. Cada color con su propia columna, y la unión en sus puntas como la convergencia de algo divino e insondable.
Tregua... una mano roza mi frente. ¿Quién es? ¿Aube? ¿Quién es Aube? ¿Por qué vino este nombre a mi cabeza? La opresión cerebral nuevamente... me duelen los recuerdos mucho más que cuando no los había olvidado. Quiero volver, pero una garra siniestra me empuja más y más a la nada. Siento que la mano se aleja y luego también el cuerpo, que es dueño de aquellos dedos que, por un segundo, me hicieron revivir. Ahora vuelvo a desvanecerme, todo es oscuro, pierdo los sentidos. Me estoy volviendo impalpable...


jueves, 26 de diciembre de 2013


Sigues durmiendo, Goullard... tres veces he venido a ti y siempre tu sueño se interpuso entre nosotros. Fútiles fueron mis intentos de arrancarte de tu mundo onírico. No creo que volvamos a vernos (si es que verte dormir se puede tomar como un encuentro), aunque no quisiera que así fuera. Pero ya es tarde para los dos. Por más que quiero no puedo recordar la felicidad y contemplar este presente, que nos corroe lentamente en abismos que separan nuestras almas, me supone un trastorno que enfría mi corazón.
Si serás terco, Goullard... tengo tantas cosas para decirte y tantas certezas de cómo reaccionarás a cada una de ellas, que debo censurarme para no desafiar tu cordura. ¿Por qué he de callarme? ¿Por qué no revelarte más de la cuenta? Si, al final, no escribo una canción para que sea cantada por mil voces, ni un poema que se petrifique en la historia para recordarse como un himno de la humanidad; sólo estoy escribiendo una carta para ti. Mas, muy a mi pesar, no ahondaré en detalles de mi guerra interna y continuaré con la idea principal de mi última visita.
Me he tomado la libertad de leer lo que estás escribiendo y de plasmar mi ser aquí con la esperanza de que, si en algún momento despiertas, puedas leerme y saber que estuve contigo en estos últimos días... y que te ayudé en todo lo que me fue posible.
Puedes reprocharme el no haber llegado antes o, tal vez, el no haberte advertido de ciertos peligros que sobrevendrían en lugares como este. Todo lo que sientas es correcto y también pertenece a mis dolencias. No pude hacer nada cuando pasó lo de Aube; ni con ella, ni contigo. Es algo que ninguno de nosotros debería vivir y, sin embargo, muchos, como tú, lo han sufrido. Pero, ¿por qué huiste? ¿Por qué rechazaste la compañía de aquellos que habíamos jurado jamás separarnos? Sé que no fuimos capaces de evitar lo inesperado, pero todos estamos destinados a este mundo estúpido, fiel a las más absurdas compilaciones pesimistas, repleto de penas que sobrevuelan los residuos de los recuerdos, sumidos en el más absoluto estupor por lo que pudimos leer de lo que fuimos. Todos somos amantes y culpables del pasado así como del presente, proyectistas de un futuro distinto y menos caótico. Mas es el caos lo que nos une ahora y el ente abstracto que rige nuestros días; y dentro de este régimen soñamos con una unión, una cofradía de sobrevivientes, para lograr lo que nadie pudo antes que nosotros: ser felices entre la miseria.
¿Ahora ves, Goullard? Nuestras esperanzas son magras y renuentes nuestros corazones. El capitán y explorador de las tinieblas, rápido en la risa como en la cólera, el más amigo de los nuestros, así como el más fiero enemigo de la turbulenta personificación de odio que nos persigue, yace a mis pies, en el letargo de oscuridad que le fue otorgado por un tal “Cazador de Almas”. ¿Dónde fue a parar el Goullard de mi infancia? ¿Qué se hizo de aquel que todos amábamos? ¿Leerás esto cuando despiertes o continuarás tu relato sin dar cuentas de que una tipografía distinta separa tu escrito final con el que devendrá? ¿Despertarás algún día? Estoy cansada de tantas preguntas sin respuesta. No puedo decirte adónde iré, no quiero que nadie, por error o por exceso de curiosidad, lea esta despedida, pueda encontrarme luego, e intente acercarme a ti. Ya no seré una carga, ni seré quien te cargue. Si de todas tus penurias sólo saldrás por Aube, entonces ya no pertenezco a tu historia. Pero si alguna vez nos encontramos y puedes reconocer a nuestro ―ya muy reducido― grupo, al mismo tiempo que podamos reconocerte a ti, entonces serás bienvenido y recibido con honores, otrora vanguardia de nuestros ideales, hoy menguante y machucado, inerte ser de profundas penurias, una sombra del Goullard que conocimos.
No hay más palabras en mí... porque sé que lo que quisiera decirte, no deseas escucharlo. Adiós.
                             Siempre tuya...

Kàrminn,
Como solías llamarme.



Fin del Capítulo 1

miércoles, 18 de diciembre de 2013


¿Es acaso necesaria una complicación tan atroz como la que estoy a punto de intentar completar? Pueden llamarme corrosivo, o quizás desmesurado, si se les antoja catalogarme por la malformación de este acto ambiguo que conllevo día a día. Pueden, si quieren, o si creen poder ―¿quiénes pueden creer poder?―, llevarme hasta las catacumbas del olvido por una sinuosa comparación con lo impoluto, si es que en el recinto extraído de la idolatría, dilatado por la creación de nuevos y mejores paladares, existiese un amor tan eterno como el que empleo para desplegar mis alas, o para derramarme entre los dedos de la idiotez, con la idea casi impuesta, e impresa en mi sien, de que viajar por estos versos es un perplejo deleite visual replegándose en la psiquis de quien, en este momento ―que seguramente no será este, si no otro―, duplique mi historia para nutrirse de las vivencias de un enigmático personaje que se hace llamar Goullard; o, por lo menos, así quiere ser llamado. Si mi mente no me miente, o las mentiras no son mi mente, puedo creer que este continuo ir y venir en letras aberrantes que reestructuro durante mi periplo será extraído de mi cadáver, o lo que quede de mí cuando pierda esta absurda y terrorífica batalla, para ser contemplado y estudiado hasta su última frase, con propósitos, quizás, o, por lo menos, espero que así sea, de aprendizaje en el arte de huir y sobrevivir entre males que exceden lo naturalmente conocido.
Es por eso que, en un intento de advertir y también, quizás, de terminar de entender lo sucedido anteriormente, proseguiré a transcribir la conversación que se desarrolló cuando tuve que cortar abruptamente mi anterior escrito por la inesperada aparición de un ente perturbador de lo que creía un escondite perfecto. Mi situación ahora está comprometida, quizás no pueda acabar de recitar lo sucedido antes de que todo haya terminado para mí. Heme aquí entonces, desperdiciando valiosos segundos para ahondarme más en párrafos inconducentes, cuando lo que en verdad vale la pena hacer ahora es lo que prosigo a realizar:
Él se acercó a mí muy callado, pero sabiéndose victorioso; pensé que me habían encontrado, que el odio perpetuo que me perseguía y me había arrebatado a Aube de las manos había sido lo suficientemente inteligente como para rastrearme hasta aquí. Pero todas mis dudas se despejaron cuando me habló; jamás olvidaría la voz de aquel que supo desprenderme vilmente de mi mundo en una desquiciada acción violenta y abrasiva. Este personaje no era él, pero de todas formas tampoco pertenecía a los nuestros, no era, quizás, una huella de lo que fuimos.
―Querido Goullard, por fin nos encontramos. He esperado mucho este momento, desde aquel día en el que tu llanto resonó en los confines del mundo supe que nos encontraríamos. Todos los derrotados llegan a mí, así como tú llegaste; solo pensé que tu desesperación te traería... ¿Cómo decirlo? ¿Antes? No... casi inmediatamente. Es muy sabido...
―¿Quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre? ¿De qué estás hablando?
―¡Pequeño y absurdo insulto de la humanidad! No te conviene interrumpirme. Los fuegos de las almas almacenadas arden con mi cólera. El viento puede arrastrarte muy lejos, quizás más lejos de lo que desearías llegar o, mejor dicho, demasiado cerca de algo que ambos sabemos que necesitas evitar. Tú lo viste y escapaste, sabes que eso lo enfurece. Nadie escapa, no deberías estar aquí y, sin embargo, por alguna razón que escapa a los designios del orden natural, te encuentras frente a mí gozando de un derecho que puede concluir prontamente si no mides tus palabras. ¿Me has entendido?
―...
―¿Y ahora por qué no contestas?
―Es que no sabía si contestándole lo estaría interrumpiendo o no. Podríamos proponer un código simple y conciso para identificar el turno de cada uno, o quizás cronometrar un tiempo anteriormente estipulado para que ambos tengamos posibilidad de desarrollar nuestros pensamientos y/o preguntas: un llamado de atención, como si fuera una señal que medie nuestros párrafos; podemos disponer, tal vez, de un aparato como el utilizado en los juegos de ajedrez, y golpear con entusiasmo y bravura, si se quiere con una mueca de risa, siempre sobradora por la creencia de saberse un as o, simplemente por dilucidar que la frase anteriormente dicha fue una contestación audaz y rápida que nos hace sentir ganadores, un jaque en la guerra de palabras. Muevo mi alfil, siempre en diagonal, y contrarresto tu emboscada. ¡Oh, qué magnificencia! ¿Quién creería que el juego iba a darse vuelta y volvérseme favorable? También podemos jugar al ajedrez de verdad, y mover nuestras piezas sólo en el momento exacto en que terminemos de desarrollar nuestras ideas y estemos dispuestos a escuchar lo que el otro opina al respecto. ¿Tiene un tablero por aquí? O tal vez...
―¡Maldito animal insignificante! ¿Quieres dejar de divagar? Mi paciencia tiene un límite... muy cercana está tu idiotez en sobrepasarlo. Si no callas inmediatamente comenzarás a sentir un dolor aún más profundo que el que estás tratando de evitar. Mis almas pueden encontrar hasta lo más escondido en el inconciente del mundo y perforar tu ser con incontables penas extraídas de miles de años de sufrimiento. Así que presta atención… Hay muchas cosas de las que debemos platicar. Pero este lugar no es el indicado… muy peligroso, demasiado expuesto a la luz. Deberás acompañarme a mi humilde hogar. Vamos, muévete, ya me oíste y... ¡No! ¡No levantes la mano! No podrás hablar hasta que te lo indique... Sígueme.

¡Oh!  ¿Cómo explicar lo sucedido con palabras que se asemejen a los hechos? El humo de muertes incontables me atraía hacia los vaivenes de la inconsciencia. Lágrimas y ríos de endiablada casta me retenían, endeble, en un círculo inhóspito y sombrío. ¡Oh el parpadeo de mis sienes en contacto con la angustia de mi destino! Los incesantes e incontables aullidos de dolor que se mimetizaban en mi mente con mis propias cavilaciones, pues él sabía de lo que yo estaba huyendo y, según dijo, podría enviarme en un suspiro hacia las fauces del peor de mis temores. Mi nerviosismo me había convertido en un imberbe que escupía palabras de insolente estupidez, ocultando mis miedos en una peligrosa montaña de incongruencias que se repetían en faltas de respeto hacia este personaje, que lo enfurecieron de manera indescriptible. Y con cada palabra que iba soltando hacia mi indefenso ser, crecía y crecía, metamorfoseando, con resplandores asquerosos, en un amorfo ente de oscuridad, que luego de enardecerse con cada vocablo, comenzaba a tomar la forma de un enorme dragón hecho de llamas negras, corrupto e impío, pero imposible dejar de verlo, pues sus ojos, que ya se parecían mas a dos lunas rojas, tanto en tamaño como en su contextura, atrapaban mis pensamientos con un vaho de lamentos de miles de seres que estaban destinados a la somnolencia de los suspiros. Parecía nunca dejar de ganar tamaño y poder, y el terror de sus garras, que ya mutaban hasta ser dos agujeros negros en sus extremidades, me sumía al más desdichado estado de patetismo. Parecía yo un niño tembloroso, inerte y desnudo en alma y cuerpo, imposibilitado de gritar o mover un músculo, ante un señor oscuro imponente, maldito, audaz en todos los artilugios de la noche, manipulador del odio y la esclavitud de corazones. Mas cuando levanté la mano para poder tapar mi rostro, pensando que así podría escapar del encantamiento en el que me había inducido, él se calmó. No creo que la compasión sea una de sus virtudes, si no que, creí descubrir, pretendía algo de mí y esto fue lo que más infundió terror en mis pensamientos.

Bajamos, entonces, por las escaleras del edificio que se iba convirtiendo muy de a poco, casi insensiblemente, en una caverna sucia y sombría, abarrotada de tierra y alguna sustancia inquietante que no me es posible describir. A medida que descendíamos el aire se tornaba cada vez más áspero y húmedo, lleno de tristeza y desolación, con un perfume extraño arrebatado de la memoria del tiempo. Cuando hubimos entrado en su recámara pude observar una fogata, formada por unas llamas verdes y negras que despedían imágenes inconclusas de los cabellos enmarañados del pasado, quizás una película en cámara lenta, o una secuencia de páginas animadas, del recuerdo de miles de personas encerradas en un frasco inmortal de soledad. La visión era cada vez más aterradora y, al mismo tiempo, imposible dejar de observar todo lo que se sucedía en una interposición explosiva de años y corazones. Cuando estuve por comenzar a llorar del dolor producido por todo lo que mis ojos recopilaban él volvió a hablarme.
―Es polvo de angustia... te estorba al respirar, lo sé. Quizás en unos minutos te acostumbres, o tal vez no. De todos modos es hora de que tengamos nuestra importante conversación. ¿Tienes alguna objeción?
―Primero quisiera saber tu nombre...
―¿Quieres saber quién soy? Mi nombre se ha perdido hace miles de años, enterrado en el vacío de los que no huyeron y sepultado sobre la inmensa luz cegadora que se los llevó. Los tiempos se moldearon a su antojo y yo reposé mi corteza sobre la oscuridad en el intento de mantenerme apagado. Los rastros de todo lo que alguna vez fue se desprendieron de mi ser para encender La Pira de los Lamentos... ¿Quién diría que los sentimientos podrían ser maleables y convertidos en poder? Un poder que me convierte en gobernante de la oscuridad, energía que me nutre y me protege. Soy ahora ubicuo y temible, una sombra encapuchada capaz de escuchar y saberlo todo, un metamorfo de la noche. Como no hay ya quien se atreva a vivir en la luz, el interminable temor que produce me fortalece a mí. La negrura me pertenece, por lo tanto todo lo que ocurre ahora me es propio y lo manejo a mi antojo. No es momento, aún, para revelarte más de lo que debes saber... como no hay quien pueda nombrarme, o quien se atreva a hacerlo, los infortunados que han llegado a conocerme me han llamado “El Cazador de Almas”.

No puedo continuar escribiendo. No los vi venir. Tal vez este sea mi fin. Quienquiera que encuentre esto no deje que su pánico lo absorba. Todo debe ser puesto en papel, hay que seguir escribiendo la vida. Alguien debe ser capaz de vencer, por eso es imperioso recolectar información. Toda la que sea posible... Ya están aquí...


martes, 10 de diciembre de 2013


Había escuchado, hace mucho tiempo, de este tipo de lugares: edificios enterrados donde pueden utilizarse como refugio los pisos más altos, a los cuales se puede acceder cómodamente desde alguna ventana cercana a la calle. Aunque siempre recibí numerosas advertencias sobre los pisos que residen bajo tierra, nadie sabe qué hay allí, ni quieren saberlo. Muchos escupían anécdotas en las que los que habían bajado jamás regresaron; otros, que una fuerza desconocida y ancestral los convierte en polvo de angustia; pero todo siempre me sonó a superstición. He viajado mucho y al fin encontré lo que buscaba, no puedo dejar que algo, que tranquilamente puede ser irreal, quizá producto de historias inventadas para asustar, aún más, a algún cobarde de turno, me aleje de mi cometido.
La memoria es lo que más me preocupa en este momento. Siento sobre mí el peso de millones de recuerdos que se aferran a mi cuerpo en una infinita sinfonía de aromas imperecederos. Aquel viaje con su fragancia abarrotada de pianos, humo y desolación; la escalera en la cama y el taxi: rosas y sangre; la montaña de luz, en el mismo lugar en el que la dejé, repleta de cuadernos y arrebatos de pasión, con un sutil olor a margaritas; su sombrero y azufre; las alas de la desesperación en un recoveco del atardecer de siempre, inundado en su perfume de vacío. Y sigo perdiendo, no paro de repetirme las delicias del pasado, y sigo perdiendo. ¿Qué es lo que quiero decirme con todo esto? Puedo abotonarme la camisa casi tan bien como lo hacía, sólo que ya no tengo una para comprobarlo. Me falta mucho más por decir, tengo todo el alboroto incandescente en mi cuerpo, y agradezco la ayuda que se me aparece sin aviso, pero no dejo de ser el mismo ente abrasivo que ahuyenta la tormenta. Heme aquí, queriendo restablecer el ámbito que me supo contener en mis años torpes, sin darme cuenta de que caigo sobre los mismo errores, una y otra vez, intuyendo que me encamino a reencontrarme con aquellos colores que me pintaban ausente y hundido en la idiotez, esa etapa de redondez emocional recubierta con chocolate.
Las mentiras y el odio de las letras estremecen mi insondable conciencia, perpetuando el bajo estupor que me rocía en las mañanas, si es que puedo llamar mañanas a las incontables veces que me despierto queriendo seguir en aquel mundo que se asemeja más a la idea de felicidad que uno concibe cuando aún no conoce de lo que es capaz la sociedad ni uno mismo en ese entorno. Estoy exhausto... ¡No! Los puntos no denotan mi estado, ni siquiera por un segundo... pero no puedo dejar de escribirlos. Solo siento mugre en mis dedos y en mi alma; hasta me cuesta escribir ciertas letras. Tengo casi una riña personal con la que le sigue a la ‘ce’. Inocente retazo incrédulo; magnífico, sublime. Todos alaben al imbécil que se antepone a la lógica, al que desafía la física golpeando incontables veces su estropeado cuerpo contra la misma pared creyendo, alguna vez, poder atravesarla.
Me duele el hombro por alguna razón que seguramente puede ser real si supiera cuál es. Es todo lo que puedo decirle, señor, no me mire así, soy real, soy idéntico a la realidad, soy el doble de la vida, el gemelo de la ausencia, un sinónimo para los muertos así como para los vivos, soy, y eso es lo que importa, solo debo creer en eso. ¿Qué? ¿Qué creer? Todo... o nada, son tan importantes por separado como en conjunto. Sólo quiero creer, luego todo puede ser manejable, o creable. Creer y crear, tengo el don de reafirmar lo refutable. La ‘ele’ también empieza a darme problemas. Puedo restablecer todo hasta su punto de inicio, soy casi absoluto. Debo creer... todo cesará cuando lo logre. Escucho ruidos que se acercan lentamente, como si supieran que los oigo y no voy a huir, y eso les gusta, puedo notarlo claramente. ¡Oh! La tortura inusitada, la verdad a medias, la mentira y el árbol que se menea en mi ventana (ya puedo decir que es mi ventana), todos vitoreando mi nombre: “¡Goullard! ¡Goullard!” ¡Púdranse les digo! ¡Púdranse todos! ¡No vuelvan a acercarse a mí! Sólo quiero que una persona vuelva... ¿Por qué, Aube? ¿Por qué?
¿Por qué, qué? ¿Qué puedo preguntarte que sea adecuado? Esta basura soy, ¿lo ves? Ésto soy: el rejunte de residuos ambulante. “Oh, señor, usted que posee algunas cosas que quiere desechar, arrójelas encima de mí; estoy por partir, así que llevo algo de prisa, por favor deshágase de todo lo más rápido posible, yo puedo cargarlo, no se preocupe”. Ahí vienen todos, apurados y deseosos de hundirme más con tal de sacarse de encima su infinidad de inmundicias. Prácticamente ya tengo problemas con todas las letras.
¡Todos amen al estropajo! ¡Todos ámenme! Pero, ¿quiénes son todos? Sigo repitiendo, me sigo repitiendo, repito, me sigo repitiendo, repitiendo me sigo, me sigo, me persigo, persigo mi repetir, mi repetir es eterno pero lo termino aquí. Los ruidos aumentan cada vez más... y vienen de los pisos de abajo, ahora puedo estar seguro. Quizás debí haber hecho caso de todas las advertencias, debí haber creído en las historias que me habían contado... Creer y crear. Debería escapar, pero ya es demasiado tarde... Él está aquí...