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¿Es acaso necesaria
una complicación tan atroz como la que estoy a punto de intentar completar?
Pueden llamarme corrosivo, o quizás desmesurado, si se les antoja catalogarme
por la malformación de este acto ambiguo que conllevo día a día. Pueden, si
quieren, o si creen poder ―¿quiénes pueden creer poder?―, llevarme hasta las
catacumbas del olvido por una sinuosa comparación con lo impoluto, si es que en
el recinto extraído de la idolatría, dilatado por la creación de nuevos y
mejores paladares, existiese un amor tan eterno como el que empleo para
desplegar mis alas, o para derramarme entre los dedos de la idiotez, con la
idea casi impuesta, e impresa en mi sien, de que viajar por estos versos es un
perplejo deleite visual replegándose en la psiquis de quien, en este momento ―que
seguramente no será este, si no otro―, duplique mi historia para nutrirse de
las vivencias de un enigmático personaje que se hace llamar Goullard; o, por lo
menos, así quiere ser llamado. Si mi mente no me miente, o las mentiras no son
mi mente, puedo creer que este continuo ir y venir en letras aberrantes que
reestructuro durante mi periplo será extraído de mi cadáver, o lo que quede de
mí cuando pierda esta absurda y terrorífica batalla, para ser contemplado y
estudiado hasta su última frase, con propósitos, quizás, o, por lo menos,
espero que así sea, de aprendizaje en el arte de huir y sobrevivir entre males
que exceden lo naturalmente conocido.
Es por eso que, en
un intento de advertir y también, quizás, de terminar de entender lo sucedido
anteriormente, proseguiré a transcribir la conversación que se desarrolló
cuando tuve que cortar abruptamente mi anterior escrito por la inesperada
aparición de un ente perturbador de lo que creía un escondite perfecto. Mi
situación ahora está comprometida, quizás no pueda acabar de recitar lo
sucedido antes de que todo haya terminado para mí. Heme aquí entonces,
desperdiciando valiosos segundos para ahondarme más en párrafos inconducentes,
cuando lo que en verdad vale la pena hacer ahora es lo que prosigo a realizar:
Él se acercó a mí
muy callado, pero sabiéndose victorioso; pensé que me habían encontrado, que el
odio perpetuo que me perseguía y me había arrebatado a Aube de las manos había
sido lo suficientemente inteligente como para rastrearme hasta aquí. Pero todas
mis dudas se despejaron cuando me habló; jamás olvidaría la voz de aquel que
supo desprenderme vilmente de mi mundo en una desquiciada acción violenta y
abrasiva. Este personaje no era él, pero de todas formas tampoco pertenecía a
los nuestros, no era, quizás, una huella de lo que fuimos.
―Querido Goullard,
por fin nos encontramos. He esperado mucho este momento, desde aquel día en el
que tu llanto resonó en los confines del mundo supe que nos encontraríamos.
Todos los derrotados llegan a mí, así como tú llegaste; solo pensé que tu
desesperación te traería... ¿Cómo decirlo? ¿Antes? No... casi inmediatamente.
Es muy sabido...
―¿Quién eres? ¿Cómo
sabes mi nombre? ¿De qué estás hablando?
―¡Pequeño y absurdo
insulto de la humanidad! No te conviene interrumpirme. Los fuegos de las almas
almacenadas arden con mi cólera. El viento puede arrastrarte muy lejos, quizás
más lejos de lo que desearías llegar o, mejor dicho, demasiado cerca de algo
que ambos sabemos que necesitas evitar. Tú lo viste y escapaste, sabes que eso
lo enfurece. Nadie escapa, no deberías estar aquí y, sin embargo, por alguna
razón que escapa a los designios del orden natural, te encuentras frente a mí
gozando de un derecho que puede concluir prontamente si no mides tus palabras.
¿Me has entendido?
―...
―¿Y ahora por qué
no contestas?
―Es que no sabía si
contestándole lo estaría interrumpiendo o no. Podríamos proponer un código
simple y conciso para identificar el turno de cada uno, o quizás cronometrar un
tiempo anteriormente estipulado para que ambos tengamos posibilidad de
desarrollar nuestros pensamientos y/o preguntas: un llamado de atención, como
si fuera una señal que medie nuestros párrafos; podemos disponer, tal vez, de
un aparato como el utilizado en los juegos de ajedrez, y golpear con entusiasmo
y bravura, si se quiere con una mueca de risa, siempre sobradora por la
creencia de saberse un as o, simplemente por dilucidar que la frase
anteriormente dicha fue una contestación audaz y rápida que nos hace sentir
ganadores, un jaque en la guerra de palabras. Muevo mi alfil, siempre en
diagonal, y contrarresto tu emboscada. ¡Oh, qué magnificencia! ¿Quién creería
que el juego iba a darse vuelta y volvérseme favorable? También podemos jugar
al ajedrez de verdad, y mover nuestras piezas sólo en el momento exacto en que
terminemos de desarrollar nuestras ideas y estemos dispuestos a escuchar lo que
el otro opina al respecto. ¿Tiene un tablero por aquí? O tal vez...
―¡Maldito animal
insignificante! ¿Quieres dejar de divagar? Mi paciencia tiene un límite... muy
cercana está tu idiotez en sobrepasarlo. Si no callas inmediatamente comenzarás
a sentir un dolor aún más profundo que el que estás tratando de evitar. Mis almas
pueden encontrar hasta lo más escondido en el inconciente del mundo y perforar
tu ser con incontables penas extraídas de miles de años de sufrimiento. Así que
presta atención… Hay muchas cosas de las que debemos platicar. Pero este lugar
no es el indicado… muy peligroso, demasiado expuesto a la luz. Deberás
acompañarme a mi humilde hogar. Vamos, muévete, ya me oíste y... ¡No! ¡No
levantes la mano! No podrás hablar hasta que te lo indique... Sígueme.
¡Oh! ¿Cómo explicar lo sucedido con palabras que
se asemejen a los hechos? El humo de muertes incontables me atraía hacia los
vaivenes de la inconsciencia. Lágrimas y ríos de endiablada casta me retenían,
endeble, en un círculo inhóspito y sombrío. ¡Oh el parpadeo de mis sienes en
contacto con la angustia de mi destino! Los incesantes e incontables aullidos
de dolor que se mimetizaban en mi mente con mis propias cavilaciones, pues él
sabía de lo que yo estaba huyendo y, según dijo, podría enviarme en un suspiro
hacia las fauces del peor de mis temores. Mi nerviosismo me había convertido en
un imberbe que escupía palabras de insolente estupidez, ocultando mis miedos en
una peligrosa montaña de incongruencias que se repetían en faltas de respeto
hacia este personaje, que lo enfurecieron de manera indescriptible. Y con cada
palabra que iba soltando hacia mi indefenso ser, crecía y crecía,
metamorfoseando, con resplandores asquerosos, en un amorfo ente de oscuridad,
que luego de enardecerse con cada vocablo, comenzaba a tomar la forma de un
enorme dragón hecho de llamas negras, corrupto e impío, pero imposible dejar de
verlo, pues sus ojos, que ya se parecían mas a dos lunas rojas, tanto en tamaño
como en su contextura, atrapaban mis pensamientos con un vaho de lamentos de
miles de seres que estaban destinados a la somnolencia de los suspiros. Parecía
nunca dejar de ganar tamaño y poder, y el terror de sus garras, que ya mutaban
hasta ser dos agujeros negros en sus extremidades, me sumía al más desdichado
estado de patetismo. Parecía yo un niño tembloroso, inerte y desnudo en alma y
cuerpo, imposibilitado de gritar o mover un músculo, ante un señor oscuro
imponente, maldito, audaz en todos los artilugios de la noche, manipulador del
odio y la esclavitud de corazones. Mas cuando levanté la mano para poder tapar
mi rostro, pensando que así podría escapar del encantamiento en el que me había
inducido, él se calmó. No creo que la compasión sea una de sus virtudes, si no
que, creí descubrir, pretendía algo de mí y esto fue lo que más infundió terror
en mis pensamientos.
Bajamos, entonces,
por las escaleras del edificio que se iba convirtiendo muy de a poco, casi
insensiblemente, en una caverna sucia y sombría, abarrotada de tierra y alguna
sustancia inquietante que no me es posible describir. A medida que descendíamos
el aire se tornaba cada vez más áspero y húmedo, lleno de tristeza y
desolación, con un perfume extraño arrebatado de la memoria del tiempo. Cuando
hubimos entrado en su recámara pude observar una fogata, formada por unas
llamas verdes y negras que despedían imágenes inconclusas de los cabellos
enmarañados del pasado, quizás una película en cámara lenta, o una secuencia de
páginas animadas, del recuerdo de miles de personas encerradas en un frasco
inmortal de soledad. La visión era cada vez más aterradora y, al mismo tiempo,
imposible dejar de observar todo lo que se sucedía en una interposición
explosiva de años y corazones. Cuando estuve por comenzar a llorar del dolor
producido por todo lo que mis ojos recopilaban él volvió a hablarme.
―Es polvo de
angustia... te estorba al respirar, lo sé. Quizás en unos minutos te
acostumbres, o tal vez no. De todos modos es hora de que tengamos nuestra
importante conversación. ¿Tienes alguna objeción?
―Primero quisiera
saber tu nombre...
―¿Quieres saber
quién soy? Mi nombre se ha perdido hace miles de años, enterrado en el vacío de
los que no huyeron y sepultado sobre la inmensa luz cegadora que se los llevó.
Los tiempos se moldearon a su antojo y yo reposé mi corteza sobre la oscuridad
en el intento de mantenerme apagado. Los rastros de todo lo que alguna vez fue
se desprendieron de mi ser para encender La Pira de los Lamentos... ¿Quién diría que los
sentimientos podrían ser maleables y convertidos en poder? Un poder que me
convierte en gobernante de la oscuridad, energía que me nutre y me protege. Soy
ahora ubicuo y temible, una sombra encapuchada capaz de escuchar y saberlo
todo, un metamorfo de la noche. Como no hay ya quien se atreva a vivir en la
luz, el interminable temor que produce me fortalece a mí. La negrura me
pertenece, por lo tanto todo lo que ocurre ahora me es propio y lo manejo a mi
antojo. No es momento, aún, para revelarte más de lo que debes saber... como no
hay quien pueda nombrarme, o quien se atreva a hacerlo, los infortunados que han
llegado a conocerme me han llamado “El Cazador de Almas”.
No puedo continuar
escribiendo. No los vi venir. Tal vez este sea mi fin. Quienquiera que
encuentre esto no deje que su pánico lo absorba. Todo debe ser puesto en papel,
hay que seguir escribiendo la vida. Alguien debe ser capaz de vencer, por eso
es imperioso recolectar información. Toda la que sea posible... Ya están
aquí...
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