Sin título o Página en
Blanco
(Por Leandro E. Turco)
Capítulo primero
En la búsqueda
Paciencia si los
datos no son precisos. No sé dónde mora mi ser por estos días... y hace ya
tanto que vagamos por este mar de incertidumbres que no recuerdo cómo fue que
llegamos a estar aquí. Llegar, sentir... Las palabras se amontonan en mi sien
pero se pierden al instante. Lejos queda el arrollo de canciones ovaladas por
el viento. ¿Qué conservo aún de mí? Los harapos de conciencia, el maltrato de
la carne; el comienzo del desastre; mentes reflejadas en el cúbico reflejo de
inocencia mutilada. Heme aquí expresando lo indescriptible.
¿Cuántos perdimos
por el camino? No lo sé, jamás pude llevar la cuenta. Intento esquivar las
matemáticas de cadáveres lo máximo posible, el aumento o la decadencia –nadie
puede distinguir la diferencia de las cosas más marcadas– mientras luchamos por
nuestros huesos, rezamos que se asemejen al acero, nos embadurnamos en ideas
que bien podrían haber salido de las estúpidas reacciones de un adolescente.
Pronto partiré de nuevo. Es casi una rutina escapar de noche, aunque esta no
difiera mucho del día, siempre peleando con las sombras taciturnas e inmóviles
conectadas al paisaje putrefacto que, aún después de quién sabe cuánto tiempo,
me sigue sorprendiendo. Las ruinas de la sociedad; el desperfecto sendero que
me lleva a pretender encontrar refugio en los espacios más inhóspitos. Puede
ser que haya perdido la esperanza hace años, aún así, hay algo en mí que
aprieta el detonador de la supervivencia.
Veo una luz verde,
casi mimetizada al negro, desde el agujero donde solía descansar una ventana,
que trae a mi mente imágenes distantes y difusas. El cansancio de los árboles
los obliga a detenerse, de cuando en cuando, para penetrar, con sus sordas voces,
en la pragmática visión del entierro del mañana. El reloj de éter amargo
amontona en mi boca la arena de los días, pero ya no estoy nervioso, las
tinieblas me resultan agradables y reconfortantes. Me he convertido en un
cobarde.
Todo comenzó con la
desaparición de Aube, o creo que así le decíamos, dejar de decir su nombre es
empezar a aceptar que se ha ido. La dejé ir, en realidad. El blanco la
encerraba cada vez mas, iluminando todo su cuerpo hasta cegarme por completo.
El mundo crujía y se consumía en espantosos ruidos de fricciones, como
serruchos atravesando multitudes de hombres de madera. Tuve que girar,
encontrar un recoveco donde poder distinguir algún color y correr. No pude
verla a los ojos cuando la perdí para siempre. El llanto inaudible, confundido
por los motores de la destrucción, repercutiendo telepáticamente en mis
ciénagas de estupefacción, mutaba para recitar un poema de dolor leído en un
idioma inventado por sus manos temblorosas, que pedían un último contacto antes
de partir. Las imágenes se estampan en mis sueños, una y otra vez, como
atornilladas en mi retina. No puedo dejar de pensar en ella.
No puedo dejar de
pensar en mí. En lo que no hice y en lo que debería haber hecho. El pulso
marcado pretendiendo aturdirme y despojarme de mi arco recostado en el pecho de
la historia, aquel recorte de notas con olor a miel, siempre adormecidas por la
protesta del silencio, que empujan desde gran altura, traspasando las baldosas
de mi conciencia, a los jarrones del augurio.
No puedo dejar de pensar
en mí. En lo que hice y en lo que debería hacer. Se me secan los labios al
contacto con el dulzor de sus palabras y sus lunas; la sed aumenta, siempre
aumenta, destruyendo los precintos en las muñecas del tren que ya no corre ni
es alcanzado, el ciempiés que cargaba con aquella masa informe, repleta de
insolencia, que se hacía llamar humanidad.
No puedo dejar de pensar en mí. En lo que hice
y en lo que debería haber hecho. Pero no hay tiempo para continuar... el alba
está pronta a apoderarse de mis miedos y el cielo comienza a decolorarse. El
blanco se acerca una vez más... Estas paredes, que me hicieron invisible por
varios años, ya no son seguras. El viaje comienza de nuevo.
‡
Me encuentro leyendo esto asustada. Por momentos leo y siento que soy yo misma la que emana todo eso. Probablemente sea la pregnancia que generan las descripciones.
ResponderEliminarMe gusta que hayas palabras claves, que son esas, no podrían ser otras. Eso lo hace único y contundente.
"El viaje comienza de nuevo" , me suena a bitácora. Invita al seguimiento.
Fe de erratas: "Me gusta que haya palabras claves"
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