lunes, 18 de noviembre de 2013

Sin título o Página en 
Blanco
(Por Leandro E. Turco)

Capítulo primero
En la búsqueda

Paciencia si los datos no son precisos. No sé dónde mora mi ser por estos días... y hace ya tanto que vagamos por este mar de incertidumbres que no recuerdo cómo fue que llegamos a estar aquí. Llegar, sentir... Las palabras se amontonan en mi sien pero se pierden al instante. Lejos queda el arrollo de canciones ovaladas por el viento. ¿Qué conservo aún de mí? Los harapos de conciencia, el maltrato de la carne; el comienzo del desastre; mentes reflejadas en el cúbico reflejo de inocencia mutilada. Heme aquí expresando lo indescriptible.
¿Cuántos perdimos por el camino? No lo sé, jamás pude llevar la cuenta. Intento esquivar las matemáticas de cadáveres lo máximo posible, el aumento o la decadencia –nadie puede distinguir la diferencia de las cosas más marcadas– mientras luchamos por nuestros huesos, rezamos que se asemejen al acero, nos embadurnamos en ideas que bien podrían haber salido de las estúpidas reacciones de un adolescente. Pronto partiré de nuevo. Es casi una rutina escapar de noche, aunque esta no difiera mucho del día, siempre peleando con las sombras taciturnas e inmóviles conectadas al paisaje putrefacto que, aún después de quién sabe cuánto tiempo, me sigue sorprendiendo. Las ruinas de la sociedad; el desperfecto sendero que me lleva a pretender encontrar refugio en los espacios más inhóspitos. Puede ser que haya perdido la esperanza hace años, aún así, hay algo en mí que aprieta el detonador de la supervivencia.
Veo una luz verde, casi mimetizada al negro, desde el agujero donde solía descansar una ventana, que trae a mi mente imágenes distantes y difusas. El cansancio de los árboles los obliga a detenerse, de cuando en cuando, para penetrar, con sus sordas voces, en la pragmática visión del entierro del mañana. El reloj de éter amargo amontona en mi boca la arena de los días, pero ya no estoy nervioso, las tinieblas me resultan agradables y reconfortantes. Me he convertido en un cobarde.
Todo comenzó con la desaparición de Aube, o creo que así le decíamos, dejar de decir su nombre es empezar a aceptar que se ha ido. La dejé ir, en realidad. El blanco la encerraba cada vez mas, iluminando todo su cuerpo hasta cegarme por completo. El mundo crujía y se consumía en espantosos ruidos de fricciones, como serruchos atravesando multitudes de hombres de madera. Tuve que girar, encontrar un recoveco donde poder distinguir algún color y correr. No pude verla a los ojos cuando la perdí para siempre. El llanto inaudible, confundido por los motores de la destrucción, repercutiendo telepáticamente en mis ciénagas de estupefacción, mutaba para recitar un poema de dolor leído en un idioma inventado por sus manos temblorosas, que pedían un último contacto antes de partir. Las imágenes se estampan en mis sueños, una y otra vez, como atornilladas en mi retina. No puedo dejar de pensar en ella.
No puedo dejar de pensar en mí. En lo que no hice y en lo que debería haber hecho. El pulso marcado pretendiendo aturdirme y despojarme de mi arco recostado en el pecho de la historia, aquel recorte de notas con olor a miel, siempre adormecidas por la protesta del silencio, que empujan desde gran altura, traspasando las baldosas de mi conciencia, a los jarrones del augurio.
No puedo dejar de pensar en mí. En lo que hice y en lo que debería hacer. Se me secan los labios al contacto con el dulzor de sus palabras y sus lunas; la sed aumenta, siempre aumenta, destruyendo los precintos en las muñecas del tren que ya no corre ni es alcanzado, el ciempiés que cargaba con aquella masa informe, repleta de insolencia, que se hacía llamar humanidad.
 No puedo dejar de pensar en mí. En lo que hice y en lo que debería haber hecho. Pero no hay tiempo para continuar... el alba está pronta a apoderarse de mis miedos y el cielo comienza a decolorarse. El blanco se acerca una vez más... Estas paredes, que me hicieron invisible por varios años, ya no son seguras. El viaje comienza de nuevo.



2 comentarios:

  1. Me encuentro leyendo esto asustada. Por momentos leo y siento que soy yo misma la que emana todo eso. Probablemente sea la pregnancia que generan las descripciones.
    Me gusta que hayas palabras claves, que son esas, no podrían ser otras. Eso lo hace único y contundente.
    "El viaje comienza de nuevo" , me suena a bitácora. Invita al seguimiento.

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  2. Fe de erratas: "Me gusta que haya palabras claves"

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