martes, 18 de febrero de 2014


¿Dónde estoy? Tengo un desierto de hielo en mi alma... las imágenes que se me presentan, disueltas en escaleras brillantes, están resecando, cada una con su respectivo y agobiante modo, los pocos sentidos que aún luchan por sobrevivir. El eco de su alquimia hace temblar al viento que perturba mi frente, aumentando proporcionalmente el río de impasibles ojos que, en una voz carraspeante, siempre visible por los armónicos del cielo, se mimetiza con la soledad que me rodea.
¡Oídos de silencio! Llama a mi puerta la cambiante melodía de atardeceres. Hoy es el cansancio de los años, mañana... será jueves. El verde resplandor, así como la coloquial simpleza de los rojos, entre la costumbre de salir de la tierra y contar dos chistes, corromperá el rol que le fue impuesto.
Si tan solo los estanques fueran tan verdes como las flores de tus pechos, ángel inmemorial que te posas sobre los océanos, en una caravana de sulfatadas imposiciones, con tu mirada de algodón en un cetro de clarividencia. Belleza absoluta, relámpagos de miel, cúspide del sueño intranquilo que corroe a los dioses. Es aquí donde perecerán mis cavilaciones, si es que no consigo detonar en tu rostro la crudeza que me convierte en humano, por el claroscuro que envuelve tu iris, maniobrando mis movimientos con tus pensamientos, enviándome hacia aquel portal que se abre con estruendosos resplandores.
¿Dónde estoy? Todo da vueltas. Mi espíritu se rompe en incontables partículas de historia, yace enmudecido, su vínculo plateado arrastrado por el suelo. Árboles marchitos, solo reconocibles por su negruzca silueta en contraste con el imponente cielo de amaranto, rechinan de dolor, sus ramas corrompidas por un millar de cuervos que se hacen al vuelo al verme. ¿Qué masacre esperan, viles espíritus? ¿El dolor solo se calma con dolor? Ninguna estrella veo que pueda abrazarme, ningún destello de luz... todo es perfecto, pero no dejo de sentirme aplastado. Sé que está jugando con mi mente... Sé que intenta corromperme.
Tarde... comienza a ascender humo a mi alrededor. Un vapor rojizo desprovisto de brillo, semblante abstracto, cauteloso y momificado, el rostro de las mil colmenas que se apresura a devorarme. Extraño algo que no recuerdo qué es; en este momento de inmediata necesidad de recuerdos, ellos son la clave. Una, dos, tres... líneas que se cruzan en mi camino, toman direcciones opuestas y vuelven a acercarse, dibujando en el éter algo que sé que ya he visto. Rojo, negro, azul... un símbolo impoluto, que me persigue hacia donde vaya. Debo romper los sellos antes de que la niebla me cubra por completo.
¡Oh! Jamás he deseado tanto lo que mis lágrimas me recriminan. Otra vez puedo sentir que alguien acaricia mi frente. Sé que no estoy donde debería estar. Mi cuerpo, mi cuerpo real, aquel que me llevó por los confines de ese hórrido lugar, siempre deseoso de encontrar reposo en algún escondite apropiado, está muy lejos de mí. Pero puedo sentir esa mano en mi hombro, tratando de despertarme. ¿Cómo llego hacia él? ¿Cómo podré librarme de todo esto y regresar a mí?
No te vayas... quienquiera que seas... No me abandones, que el cielo comienza a mancharse. Los vestigios del mundo se transparentan en mis ojos turbios y las ramas empiezan a caer. Soy un ser débil y no puedo controlar los cambios... ¿Qué será de mí ahora? ¡Frágil ciempiés de lava que me arrastras hacia lo desconocido! ¡No me alejes de mis primeros recuerdos, no permitas que mi mente vuelva a cero en esta batalla que no sé como pelear! Es inútil... la visión desaparece, y todo comienza a crearse de nuevo. ¿Cuánto tardará en borrarme lo que he descubierto?
¿Dónde estoy?


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