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¿Quién maneja los
caminos del odio? Podrían ayudarme a empacar mis cosas y me habré ido. Pero
decido quedarme siempre. Podemos decir, siempre que se sepa, como si fuera
primordial abastecer las arremetidas del tiempo, que, sin ayuda de
susceptibilidades, la luna es una voladora frecuente, acumulando millas para su
próximo viaje, siempre y cuando ―y aquí podemos discutir largas horas―, se
someta su escultural arquitectura en ropas de algún dejo de obviedad. De esta
forma, que no podría ser otra sin retorcerse en su ombligo, todos envidiamos lo
que se nos presenta como un regalo, un movimiento de obligada constancia para
refraccionar las mentes de los desvelados. Hay un dado en mi bolsillo... que
gira y miente sobre mi suerte. Puedo llevarlo a cuestas hasta el borde del
ocaso o, si la situación lo amerita, simplemente convertirlo en lo que soy...
soy un dado, si se da vuelta estaré de cabeza... un dado-vuelta. El odio
aparece como una sombra en el crepúsculo, mientras las torres de la angustia se
derrumban sobre mí...
Se cuentan los
minutos entre el cadalso periférico de la indiscutida compañía petulante y el
revoloteo ambiguo de aquel sonido indescifrable. ¿Qué es lo que estoy buscando?
¿Una respuesta a qué pregunta? ¿Alguna de las que ya formulé hasta ahora o una
que está por ser formulada? No hay simplezas en lo que se me presenta,
irrespetuosamente, incontables veces, sobre la idiotez en la que me encuentro.
Busco completar el rompecabezas de la historia, distinguir entre mis manos
aquello que no logro alcanzar. Y allí está de nuevo: una especie de romboide
con sus líneas onduladas hacia su interior, una personificación inenarrable de
la perfección, un sentido común desbaratado por la cadencia, la oscuridad que
irrumpe en un cuarto desvencijado. ¡He aquí la panacea! Sobre la inexorable
determinación de la carne que nos carcome desde adentro, como un soliloquio
interminable de algún residente desagradable en nuestras entrañas, se dibuja el
símbolo, mitificado desde tiempos estúpidamente olvidados, que logra desfigurar
mi ser, siempre dispuesto a ceder, hasta reconfigurar la matriz de mis
movimientos. Acaso el miedo distinga entre las ideas que me llevan a quedarme y
las que me obligan a irme. El odio aparece como una sombra en el crepúsculo,
mientras las torres de la angustia se derrumban sobre mí...
He visto en lo que
se convierten algunos por intentar poseer lo que nos está vedado. He sido
testigo de tantos idiotas queriendo llegar... ¿Llegar? Puede decirse de esta
forma, no lo pongo más en duda. Así se retrasa todo... y se amplifica el
reinado de la nada. ¡Sombras! ¡Impías oscuridades con cuerpo informe que se
chocan unas con otras! ¡Masa enmudecida que se esparce por donde antes no
tenían reinado! ¿Así será, luego de un tiempo prudencial para la crianza, en
todos los recovecos del mundo, la socialización? Sé que hay algo detrás de mí,
siempre vigilante, esperando mi descuido para perforarme con una puñalada
tóxica, recelosa y reiterativa, hasta descuartizarme y despojarme de las
ataduras del cuerpo. El odio aparece como una sombra en el crepúsculo, mientras
las torres de la angustia se derrumban sobre mí...
Mis dedos se posan
sobre la copa, como una araña gigante que abraza a su presa con el fin de
estrujarle hasta la última gota de sangre, esperando que se llene nuevamente.
¡Realidad adversa! Ya no habrá nadie que vuelque el sudor de la fruta dentro de
mi garganta reseca... ¿Dónde estoy? Este no es el mundo como lo conozco o como
recuerdo haberlo conocido. ¿Qué estoy diciendo realmente? ¿Quién impone
palabras en mis manos? ¡Maldito transeúnte mental! La opresión cerebral hace su
aparición explosiva... y ese símbolo, otra vez aquí... negro, rojo y azul...
por más que intente no puedo recordar. Se desvanecen los paisajes nuevamente,
soy invisible y estoy otra vez sumido en un planeta restablecido, que de más
está decir que no es el mío, pero no dudo en exponerlo. Por todos los recovecos
posibles corre la gente, y la lluvia se avecina esperando poner orden en las
calles. Pero esto no funciona realmente, no soy yo quien está inmóvil entre
todas esas personas que desmienten mi presencia. El dolor comienza a ser más
fuerte... El odio aparece como una sombra en el crepúsculo, mientras las torres
de la angustia se derrumban sobre mí...
¡Calla insensato!
Alimento de los tiburones... manos de Maldoror. No podrás llegar a mí tan
fácilmente. Lucharé hasta que no quede más de mí que... un odio que aparece
como una sombra en... ¡No! No has de tenerme más tiempo prisionero en mi propia
mente... Hay que ver quién puede lograr sobrellevar los balcones de la
perfidia. He visto cómo los hombres se tragan la tierra, arrastrando hasta el
último suspiro de la mente de aquellos que intentan contener en sus manos, como
un dragón recostado sobre su tesoro, la idiotez que les hace creerse gigantes
pisoteando un arrollo. Yo empujé los océanos contra quienes quisieron
desafiarme, como puedo arrojar tu alma en una cajita de metal y cerrarla con
llave. Yo, no... El odio aparece como una sombra en el crepúsculo, mientras las
torres de la angustia se derrumban sobre mí...
La luz me
despabila. ¿Hace cuánto no contemplaba la iluminación de un espacio abierto con
placer y dulzura? ¿Lo habré hecho alguna vez? Sé que no es real y, sin embargo,
mientras todo a mi alrededor cambia según sus propias leyes, sigo disfrutando
de una mentira espeluznantemente hermosa. Me veo obligado a recostarme en la
hierba, eterno placer de inefable calefacción. El minúsculo resplandor de
conciencia corrompe las siluetas. Así es como debe corresponderse a un recado,
no hay luciérnagas que no quieran ver lo que yo veo. Los coros se elevan por
detrás entre dientes malévolos sustentados por hilos de titiritero. Yo no soy
quien todos creen, ni creo ser lo que quieren que esté establecido como mi
comportamiento habitual, así como no quiero creer lo que me representa. No
puedo divulgar aquellas dolencias que me atraen hacia el viciado aire de
incertidumbre e introspección, aunque, sacando de contexto las modernas
costumbres de pertrechos, siempre hay alguien que, por costumbre o miedo, en
una carretera de velocidades insultantes, pretende desprender de mi memoria
algo que, como todo lo demás que deseo conservar, se estremece en alarmas
insoportables, con cada sacudida, para evitar revelarse al mundo en su desnudez
espiritual. Nadie está exento de intentar llevar a cabo este repugnante acto de
envidia y maldad. El odio aparece como una sombra en el crepúsculo, mientras
las torres de la angustia se derrumban sobre mí...
Si los idiomas se
abrazaran en una sola idea... podría llegar, lo sé. Una estancia de cristal
retrocede indolente por un prematuro incordio con la ilusión. Solo... otra vez,
solo peleo para atravesar la espesura, una tierra distante me espera. Se
rebobinan las paredes en este entorno inconsistente, abriéndose incontables
senderos, aquí y allá, entre los que se puede distinguir, si mi cuerpo ahora es
el de un halcón, como figuras estrelladas, envueltas en mantos de insurrección,
permanentemente desvalidas y acuosas. Retornan las ideas que antes se callaban
a la hora de cenar y, mientras me siento en una roca que aparece en mi mano izquierda,
retomo el placer de recrear todas las acartonadas notas de violencia que me
esperan, rechazando las injurias, para descomponer mi imagen y sustituirme,
como antaño ha pasado, obligación de mi ser mediante, por un ente que se
asemeje más a la noche. ¡Oh luna bienamada que te vuelcas nuevamente sobre mis
pensamientos! ¡Oh luna que previenes a mis pies de saborear el suelo! ¡No
dejes, luna mía, que me estremezca con la presencia del absurdo! Luna llena de
melancolía, luna azul, luna-tul, luna aterciopelada, luna durazno, luna de
lirio, luna delirante, luna de lágrimas que no menguan. Luna petrificada, de
sabores irreconocibles. Luna olor de miel, sobre los libros de tu vientre. Luna
impasible, con música de cello. No me dejes temblando de extrañeza... no permitas que todo caduque. No
traiciones los tratados incondicionales de maestría astral. No rechaces este
instante de telepatía. No deshueses a este pobre y acorralado espíritu sombrío
que te necesita a su lado. No te vayas ahora que el odio es la sombra del
crepúsculo, y las torres de la angustia son escombros derrumbados sobre mí...
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