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Caigo y me
desconcentro, todo el tiempo vuelvo al mismo lugar que siempre supo cobijar mis
miserias, aquellos destellos de lo que intento desprenderme pero siempre
vuelven a ser el centro de la parafernalia visual que soy. Me descuido, cuido
la decencia, soy un imberbe. Ladro y me retuerzo, soy un peso que se escapa de
tu balanza, un pesado. El orden está claro y no lo veo, tantas luces que se
desprenden de la cuna que se mece entre abejas que se repiten hasta lo
absoluto. Me lanzo al vacío, ya no soporto mis pies sobre las sombras talladas
en las piedras recostadas en tu sien. ¿Me ves? ¿Puedes verme, realmente, a
través de la rendija de la idiotez? Algo me persigue y me escondo; soy yo otra
vez, pero no, tengo piernas en las manos y sobre soles camino. ¡Alguien que me
apague!
¡Oh, insinuación de
continuidad, taciturno movimiento de esos dedos raquíticos que estrujan almas!
Las verdades son mías, siempre caigo sobre la hierba y esta vez no será
diferente. Pálido e inútil, un estropajo entre jardines de esplendor caótico y
reconfortante, sobre un centro blanco y negro, mimetizado con las notas de
aquella voz, pierdo el equilibrio de mis pensamientos, antaño capaces de
construir un nuevo firmamento, hasta que mi ser se desprende de mí, átomo por
átomo. ¿Quién corre por la espalda de mis sueños persiguiendo algún vestigio de
razón?
Y me encuentro otra
vez en mi estúpido estado de inocencia, buscando... una voz, una palabra, un
hombro, un abrazo. Solo encuentro puertas cerradas con llave, aunque escucho
los aullidos de dolor de los que están adentro. Corriente abrasadora y fútil,
me empujas hacia lo imposible y aún así logras convencerme; y así, lastimado y
farfullando otras realidades, empujo con todo mi esqueleto, carcomido por los
años, aquella pared que me separa de mis sueños. El detonante gira una llave
que se desprende de mi pecho en un armonioso canto de sufrimiento, vacío
caminante, ambulante; e inmediatamente petrificado, solo esperaba un beso, un
beso de aquella mujer que ahora solo es un cadáver mutilado, carnicería de mis
recuerdos, colgando del techo de aquella habitación que se ríe de mí.
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