miércoles, 18 de diciembre de 2013


¿Es acaso necesaria una complicación tan atroz como la que estoy a punto de intentar completar? Pueden llamarme corrosivo, o quizás desmesurado, si se les antoja catalogarme por la malformación de este acto ambiguo que conllevo día a día. Pueden, si quieren, o si creen poder ―¿quiénes pueden creer poder?―, llevarme hasta las catacumbas del olvido por una sinuosa comparación con lo impoluto, si es que en el recinto extraído de la idolatría, dilatado por la creación de nuevos y mejores paladares, existiese un amor tan eterno como el que empleo para desplegar mis alas, o para derramarme entre los dedos de la idiotez, con la idea casi impuesta, e impresa en mi sien, de que viajar por estos versos es un perplejo deleite visual replegándose en la psiquis de quien, en este momento ―que seguramente no será este, si no otro―, duplique mi historia para nutrirse de las vivencias de un enigmático personaje que se hace llamar Goullard; o, por lo menos, así quiere ser llamado. Si mi mente no me miente, o las mentiras no son mi mente, puedo creer que este continuo ir y venir en letras aberrantes que reestructuro durante mi periplo será extraído de mi cadáver, o lo que quede de mí cuando pierda esta absurda y terrorífica batalla, para ser contemplado y estudiado hasta su última frase, con propósitos, quizás, o, por lo menos, espero que así sea, de aprendizaje en el arte de huir y sobrevivir entre males que exceden lo naturalmente conocido.
Es por eso que, en un intento de advertir y también, quizás, de terminar de entender lo sucedido anteriormente, proseguiré a transcribir la conversación que se desarrolló cuando tuve que cortar abruptamente mi anterior escrito por la inesperada aparición de un ente perturbador de lo que creía un escondite perfecto. Mi situación ahora está comprometida, quizás no pueda acabar de recitar lo sucedido antes de que todo haya terminado para mí. Heme aquí entonces, desperdiciando valiosos segundos para ahondarme más en párrafos inconducentes, cuando lo que en verdad vale la pena hacer ahora es lo que prosigo a realizar:
Él se acercó a mí muy callado, pero sabiéndose victorioso; pensé que me habían encontrado, que el odio perpetuo que me perseguía y me había arrebatado a Aube de las manos había sido lo suficientemente inteligente como para rastrearme hasta aquí. Pero todas mis dudas se despejaron cuando me habló; jamás olvidaría la voz de aquel que supo desprenderme vilmente de mi mundo en una desquiciada acción violenta y abrasiva. Este personaje no era él, pero de todas formas tampoco pertenecía a los nuestros, no era, quizás, una huella de lo que fuimos.
―Querido Goullard, por fin nos encontramos. He esperado mucho este momento, desde aquel día en el que tu llanto resonó en los confines del mundo supe que nos encontraríamos. Todos los derrotados llegan a mí, así como tú llegaste; solo pensé que tu desesperación te traería... ¿Cómo decirlo? ¿Antes? No... casi inmediatamente. Es muy sabido...
―¿Quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre? ¿De qué estás hablando?
―¡Pequeño y absurdo insulto de la humanidad! No te conviene interrumpirme. Los fuegos de las almas almacenadas arden con mi cólera. El viento puede arrastrarte muy lejos, quizás más lejos de lo que desearías llegar o, mejor dicho, demasiado cerca de algo que ambos sabemos que necesitas evitar. Tú lo viste y escapaste, sabes que eso lo enfurece. Nadie escapa, no deberías estar aquí y, sin embargo, por alguna razón que escapa a los designios del orden natural, te encuentras frente a mí gozando de un derecho que puede concluir prontamente si no mides tus palabras. ¿Me has entendido?
―...
―¿Y ahora por qué no contestas?
―Es que no sabía si contestándole lo estaría interrumpiendo o no. Podríamos proponer un código simple y conciso para identificar el turno de cada uno, o quizás cronometrar un tiempo anteriormente estipulado para que ambos tengamos posibilidad de desarrollar nuestros pensamientos y/o preguntas: un llamado de atención, como si fuera una señal que medie nuestros párrafos; podemos disponer, tal vez, de un aparato como el utilizado en los juegos de ajedrez, y golpear con entusiasmo y bravura, si se quiere con una mueca de risa, siempre sobradora por la creencia de saberse un as o, simplemente por dilucidar que la frase anteriormente dicha fue una contestación audaz y rápida que nos hace sentir ganadores, un jaque en la guerra de palabras. Muevo mi alfil, siempre en diagonal, y contrarresto tu emboscada. ¡Oh, qué magnificencia! ¿Quién creería que el juego iba a darse vuelta y volvérseme favorable? También podemos jugar al ajedrez de verdad, y mover nuestras piezas sólo en el momento exacto en que terminemos de desarrollar nuestras ideas y estemos dispuestos a escuchar lo que el otro opina al respecto. ¿Tiene un tablero por aquí? O tal vez...
―¡Maldito animal insignificante! ¿Quieres dejar de divagar? Mi paciencia tiene un límite... muy cercana está tu idiotez en sobrepasarlo. Si no callas inmediatamente comenzarás a sentir un dolor aún más profundo que el que estás tratando de evitar. Mis almas pueden encontrar hasta lo más escondido en el inconciente del mundo y perforar tu ser con incontables penas extraídas de miles de años de sufrimiento. Así que presta atención… Hay muchas cosas de las que debemos platicar. Pero este lugar no es el indicado… muy peligroso, demasiado expuesto a la luz. Deberás acompañarme a mi humilde hogar. Vamos, muévete, ya me oíste y... ¡No! ¡No levantes la mano! No podrás hablar hasta que te lo indique... Sígueme.

¡Oh!  ¿Cómo explicar lo sucedido con palabras que se asemejen a los hechos? El humo de muertes incontables me atraía hacia los vaivenes de la inconsciencia. Lágrimas y ríos de endiablada casta me retenían, endeble, en un círculo inhóspito y sombrío. ¡Oh el parpadeo de mis sienes en contacto con la angustia de mi destino! Los incesantes e incontables aullidos de dolor que se mimetizaban en mi mente con mis propias cavilaciones, pues él sabía de lo que yo estaba huyendo y, según dijo, podría enviarme en un suspiro hacia las fauces del peor de mis temores. Mi nerviosismo me había convertido en un imberbe que escupía palabras de insolente estupidez, ocultando mis miedos en una peligrosa montaña de incongruencias que se repetían en faltas de respeto hacia este personaje, que lo enfurecieron de manera indescriptible. Y con cada palabra que iba soltando hacia mi indefenso ser, crecía y crecía, metamorfoseando, con resplandores asquerosos, en un amorfo ente de oscuridad, que luego de enardecerse con cada vocablo, comenzaba a tomar la forma de un enorme dragón hecho de llamas negras, corrupto e impío, pero imposible dejar de verlo, pues sus ojos, que ya se parecían mas a dos lunas rojas, tanto en tamaño como en su contextura, atrapaban mis pensamientos con un vaho de lamentos de miles de seres que estaban destinados a la somnolencia de los suspiros. Parecía nunca dejar de ganar tamaño y poder, y el terror de sus garras, que ya mutaban hasta ser dos agujeros negros en sus extremidades, me sumía al más desdichado estado de patetismo. Parecía yo un niño tembloroso, inerte y desnudo en alma y cuerpo, imposibilitado de gritar o mover un músculo, ante un señor oscuro imponente, maldito, audaz en todos los artilugios de la noche, manipulador del odio y la esclavitud de corazones. Mas cuando levanté la mano para poder tapar mi rostro, pensando que así podría escapar del encantamiento en el que me había inducido, él se calmó. No creo que la compasión sea una de sus virtudes, si no que, creí descubrir, pretendía algo de mí y esto fue lo que más infundió terror en mis pensamientos.

Bajamos, entonces, por las escaleras del edificio que se iba convirtiendo muy de a poco, casi insensiblemente, en una caverna sucia y sombría, abarrotada de tierra y alguna sustancia inquietante que no me es posible describir. A medida que descendíamos el aire se tornaba cada vez más áspero y húmedo, lleno de tristeza y desolación, con un perfume extraño arrebatado de la memoria del tiempo. Cuando hubimos entrado en su recámara pude observar una fogata, formada por unas llamas verdes y negras que despedían imágenes inconclusas de los cabellos enmarañados del pasado, quizás una película en cámara lenta, o una secuencia de páginas animadas, del recuerdo de miles de personas encerradas en un frasco inmortal de soledad. La visión era cada vez más aterradora y, al mismo tiempo, imposible dejar de observar todo lo que se sucedía en una interposición explosiva de años y corazones. Cuando estuve por comenzar a llorar del dolor producido por todo lo que mis ojos recopilaban él volvió a hablarme.
―Es polvo de angustia... te estorba al respirar, lo sé. Quizás en unos minutos te acostumbres, o tal vez no. De todos modos es hora de que tengamos nuestra importante conversación. ¿Tienes alguna objeción?
―Primero quisiera saber tu nombre...
―¿Quieres saber quién soy? Mi nombre se ha perdido hace miles de años, enterrado en el vacío de los que no huyeron y sepultado sobre la inmensa luz cegadora que se los llevó. Los tiempos se moldearon a su antojo y yo reposé mi corteza sobre la oscuridad en el intento de mantenerme apagado. Los rastros de todo lo que alguna vez fue se desprendieron de mi ser para encender La Pira de los Lamentos... ¿Quién diría que los sentimientos podrían ser maleables y convertidos en poder? Un poder que me convierte en gobernante de la oscuridad, energía que me nutre y me protege. Soy ahora ubicuo y temible, una sombra encapuchada capaz de escuchar y saberlo todo, un metamorfo de la noche. Como no hay ya quien se atreva a vivir en la luz, el interminable temor que produce me fortalece a mí. La negrura me pertenece, por lo tanto todo lo que ocurre ahora me es propio y lo manejo a mi antojo. No es momento, aún, para revelarte más de lo que debes saber... como no hay quien pueda nombrarme, o quien se atreva a hacerlo, los infortunados que han llegado a conocerme me han llamado “El Cazador de Almas”.

No puedo continuar escribiendo. No los vi venir. Tal vez este sea mi fin. Quienquiera que encuentre esto no deje que su pánico lo absorba. Todo debe ser puesto en papel, hay que seguir escribiendo la vida. Alguien debe ser capaz de vencer, por eso es imperioso recolectar información. Toda la que sea posible... Ya están aquí...


No hay comentarios:

Publicar un comentario