‡
Había escuchado,
hace mucho tiempo, de este tipo de lugares: edificios enterrados donde pueden
utilizarse como refugio los pisos más altos, a los cuales se puede acceder
cómodamente desde alguna ventana cercana a la calle. Aunque siempre recibí
numerosas advertencias sobre los pisos que residen bajo tierra, nadie sabe qué
hay allí, ni quieren saberlo. Muchos escupían anécdotas en las que los que
habían bajado jamás regresaron; otros, que una fuerza desconocida y ancestral
los convierte en polvo de angustia; pero todo siempre me sonó a superstición.
He viajado mucho y al fin encontré lo que buscaba, no puedo dejar que algo, que
tranquilamente puede ser irreal, quizá producto de historias inventadas para
asustar, aún más, a algún cobarde de turno, me aleje de mi cometido.
La memoria es lo
que más me preocupa en este momento. Siento sobre mí el peso de millones de
recuerdos que se aferran a mi cuerpo en una infinita sinfonía de aromas
imperecederos. Aquel viaje con su fragancia abarrotada de pianos, humo y
desolación; la escalera en la cama y el taxi: rosas y sangre; la montaña de
luz, en el mismo lugar en el que la dejé, repleta de cuadernos y arrebatos de
pasión, con un sutil olor a margaritas; su sombrero y azufre; las alas de la
desesperación en un recoveco del atardecer de siempre, inundado en su perfume
de vacío. Y sigo perdiendo, no paro de repetirme las delicias del pasado, y
sigo perdiendo. ¿Qué es lo que quiero decirme con todo esto? Puedo abotonarme
la camisa casi tan bien como lo hacía, sólo que ya no tengo una para
comprobarlo. Me falta mucho más por decir, tengo todo el alboroto incandescente
en mi cuerpo, y agradezco la ayuda que se me aparece sin aviso, pero no dejo de
ser el mismo ente abrasivo que ahuyenta la tormenta. Heme aquí, queriendo
restablecer el ámbito que me supo contener en mis años torpes, sin darme cuenta
de que caigo sobre los mismo errores, una y otra vez, intuyendo que me encamino
a reencontrarme con aquellos colores que me pintaban ausente y hundido en la
idiotez, esa etapa de redondez emocional recubierta con chocolate.
Las mentiras y el
odio de las letras estremecen mi insondable conciencia, perpetuando el bajo
estupor que me rocía en las mañanas, si es que puedo llamar mañanas a las
incontables veces que me despierto queriendo seguir en aquel mundo que se
asemeja más a la idea de felicidad que uno concibe cuando aún no conoce de lo
que es capaz la sociedad ni uno mismo en ese entorno. Estoy exhausto... ¡No!
Los puntos no denotan mi estado, ni siquiera por un segundo... pero no puedo
dejar de escribirlos. Solo siento mugre en mis dedos y en mi alma; hasta me
cuesta escribir ciertas letras. Tengo casi una riña personal con la que le
sigue a la ‘ce’. Inocente retazo incrédulo; magnífico, sublime. Todos alaben al
imbécil que se antepone a la lógica, al que desafía la física golpeando
incontables veces su estropeado cuerpo contra la misma pared creyendo, alguna
vez, poder atravesarla.
Me duele el hombro
por alguna razón que seguramente puede ser real si supiera cuál es. Es todo lo
que puedo decirle, señor, no me mire así, soy real, soy idéntico a la realidad,
soy el doble de la vida, el gemelo de la ausencia, un sinónimo para los muertos
así como para los vivos, soy, y eso es lo que importa, solo debo creer en eso.
¿Qué? ¿Qué creer? Todo... o nada, son tan importantes por separado como en
conjunto. Sólo quiero creer, luego todo puede ser manejable, o creable. Creer y
crear, tengo el don de reafirmar lo refutable. La ‘ele’ también empieza a darme
problemas. Puedo restablecer todo hasta su punto de inicio, soy casi absoluto.
Debo creer... todo cesará cuando lo logre. Escucho ruidos que se acercan
lentamente, como si supieran que los oigo y no voy a huir, y eso les gusta,
puedo notarlo claramente. ¡Oh! La tortura inusitada, la verdad a medias, la
mentira y el árbol que se menea en mi ventana (ya puedo decir que es mi
ventana), todos vitoreando mi nombre: “¡Goullard! ¡Goullard!” ¡Púdranse les
digo! ¡Púdranse todos! ¡No vuelvan a acercarse a mí! Sólo quiero que una
persona vuelva... ¿Por qué, Aube? ¿Por qué?
¿Por qué, qué? ¿Qué
puedo preguntarte que sea adecuado? Esta basura soy, ¿lo ves? Ésto soy: el
rejunte de residuos ambulante. “Oh, señor, usted que posee algunas cosas que
quiere desechar, arrójelas encima de mí; estoy por partir, así que llevo algo
de prisa, por favor deshágase de todo lo más rápido posible, yo puedo cargarlo,
no se preocupe”. Ahí vienen todos, apurados y deseosos de hundirme más con tal
de sacarse de encima su infinidad de inmundicias. Prácticamente ya tengo
problemas con todas las letras.
¡Todos amen al
estropajo! ¡Todos ámenme! Pero, ¿quiénes son todos? Sigo repitiendo, me sigo
repitiendo, repito, me sigo repitiendo, repitiendo me sigo, me sigo, me
persigo, persigo mi repetir, mi repetir es eterno pero lo termino aquí. Los
ruidos aumentan cada vez más... y vienen de los pisos de abajo, ahora puedo
estar seguro. Quizás debí haber hecho caso de todas las advertencias, debí
haber creído en las historias que me habían contado... Creer y crear. Debería
escapar, pero ya es demasiado tarde... Él está aquí...
‡
No hay comentarios:
Publicar un comentario