martes, 10 de diciembre de 2013


Había escuchado, hace mucho tiempo, de este tipo de lugares: edificios enterrados donde pueden utilizarse como refugio los pisos más altos, a los cuales se puede acceder cómodamente desde alguna ventana cercana a la calle. Aunque siempre recibí numerosas advertencias sobre los pisos que residen bajo tierra, nadie sabe qué hay allí, ni quieren saberlo. Muchos escupían anécdotas en las que los que habían bajado jamás regresaron; otros, que una fuerza desconocida y ancestral los convierte en polvo de angustia; pero todo siempre me sonó a superstición. He viajado mucho y al fin encontré lo que buscaba, no puedo dejar que algo, que tranquilamente puede ser irreal, quizá producto de historias inventadas para asustar, aún más, a algún cobarde de turno, me aleje de mi cometido.
La memoria es lo que más me preocupa en este momento. Siento sobre mí el peso de millones de recuerdos que se aferran a mi cuerpo en una infinita sinfonía de aromas imperecederos. Aquel viaje con su fragancia abarrotada de pianos, humo y desolación; la escalera en la cama y el taxi: rosas y sangre; la montaña de luz, en el mismo lugar en el que la dejé, repleta de cuadernos y arrebatos de pasión, con un sutil olor a margaritas; su sombrero y azufre; las alas de la desesperación en un recoveco del atardecer de siempre, inundado en su perfume de vacío. Y sigo perdiendo, no paro de repetirme las delicias del pasado, y sigo perdiendo. ¿Qué es lo que quiero decirme con todo esto? Puedo abotonarme la camisa casi tan bien como lo hacía, sólo que ya no tengo una para comprobarlo. Me falta mucho más por decir, tengo todo el alboroto incandescente en mi cuerpo, y agradezco la ayuda que se me aparece sin aviso, pero no dejo de ser el mismo ente abrasivo que ahuyenta la tormenta. Heme aquí, queriendo restablecer el ámbito que me supo contener en mis años torpes, sin darme cuenta de que caigo sobre los mismo errores, una y otra vez, intuyendo que me encamino a reencontrarme con aquellos colores que me pintaban ausente y hundido en la idiotez, esa etapa de redondez emocional recubierta con chocolate.
Las mentiras y el odio de las letras estremecen mi insondable conciencia, perpetuando el bajo estupor que me rocía en las mañanas, si es que puedo llamar mañanas a las incontables veces que me despierto queriendo seguir en aquel mundo que se asemeja más a la idea de felicidad que uno concibe cuando aún no conoce de lo que es capaz la sociedad ni uno mismo en ese entorno. Estoy exhausto... ¡No! Los puntos no denotan mi estado, ni siquiera por un segundo... pero no puedo dejar de escribirlos. Solo siento mugre en mis dedos y en mi alma; hasta me cuesta escribir ciertas letras. Tengo casi una riña personal con la que le sigue a la ‘ce’. Inocente retazo incrédulo; magnífico, sublime. Todos alaben al imbécil que se antepone a la lógica, al que desafía la física golpeando incontables veces su estropeado cuerpo contra la misma pared creyendo, alguna vez, poder atravesarla.
Me duele el hombro por alguna razón que seguramente puede ser real si supiera cuál es. Es todo lo que puedo decirle, señor, no me mire así, soy real, soy idéntico a la realidad, soy el doble de la vida, el gemelo de la ausencia, un sinónimo para los muertos así como para los vivos, soy, y eso es lo que importa, solo debo creer en eso. ¿Qué? ¿Qué creer? Todo... o nada, son tan importantes por separado como en conjunto. Sólo quiero creer, luego todo puede ser manejable, o creable. Creer y crear, tengo el don de reafirmar lo refutable. La ‘ele’ también empieza a darme problemas. Puedo restablecer todo hasta su punto de inicio, soy casi absoluto. Debo creer... todo cesará cuando lo logre. Escucho ruidos que se acercan lentamente, como si supieran que los oigo y no voy a huir, y eso les gusta, puedo notarlo claramente. ¡Oh! La tortura inusitada, la verdad a medias, la mentira y el árbol que se menea en mi ventana (ya puedo decir que es mi ventana), todos vitoreando mi nombre: “¡Goullard! ¡Goullard!” ¡Púdranse les digo! ¡Púdranse todos! ¡No vuelvan a acercarse a mí! Sólo quiero que una persona vuelva... ¿Por qué, Aube? ¿Por qué?
¿Por qué, qué? ¿Qué puedo preguntarte que sea adecuado? Esta basura soy, ¿lo ves? Ésto soy: el rejunte de residuos ambulante. “Oh, señor, usted que posee algunas cosas que quiere desechar, arrójelas encima de mí; estoy por partir, así que llevo algo de prisa, por favor deshágase de todo lo más rápido posible, yo puedo cargarlo, no se preocupe”. Ahí vienen todos, apurados y deseosos de hundirme más con tal de sacarse de encima su infinidad de inmundicias. Prácticamente ya tengo problemas con todas las letras.
¡Todos amen al estropajo! ¡Todos ámenme! Pero, ¿quiénes son todos? Sigo repitiendo, me sigo repitiendo, repito, me sigo repitiendo, repitiendo me sigo, me sigo, me persigo, persigo mi repetir, mi repetir es eterno pero lo termino aquí. Los ruidos aumentan cada vez más... y vienen de los pisos de abajo, ahora puedo estar seguro. Quizás debí haber hecho caso de todas las advertencias, debí haber creído en las historias que me habían contado... Creer y crear. Debería escapar, pero ya es demasiado tarde... Él está aquí...


No hay comentarios:

Publicar un comentario