‡
Sigues durmiendo,
Goullard... tres veces he venido a ti y siempre tu sueño se interpuso entre
nosotros. Fútiles fueron mis intentos de arrancarte de tu mundo onírico. No
creo que volvamos a vernos (si es que verte dormir se puede tomar como un
encuentro), aunque no quisiera que así fuera. Pero ya es tarde para los dos.
Por más que quiero no puedo recordar la felicidad y contemplar este presente,
que nos corroe lentamente en abismos que separan nuestras almas, me supone un
trastorno que enfría mi corazón.
Si serás terco,
Goullard... tengo tantas cosas para decirte y tantas certezas de cómo
reaccionarás a cada una de ellas, que debo censurarme para no desafiar tu
cordura. ¿Por qué he de callarme? ¿Por qué no revelarte más de la cuenta? Si,
al final, no escribo una canción para que sea cantada por mil voces, ni un
poema que se petrifique en la historia para recordarse como un himno de la
humanidad; sólo estoy escribiendo una carta para ti. Mas, muy a mi pesar, no
ahondaré en detalles de mi guerra interna y continuaré con la idea principal de
mi última visita.
Me he tomado la
libertad de leer lo que estás escribiendo y de plasmar mi ser aquí con la
esperanza de que, si en algún momento despiertas, puedas leerme y saber que
estuve contigo en estos últimos días... y que te ayudé en todo lo que me fue
posible.
Puedes reprocharme
el no haber llegado antes o, tal vez, el no haberte advertido de ciertos
peligros que sobrevendrían en lugares como este. Todo lo que sientas es
correcto y también pertenece a mis dolencias. No pude hacer nada cuando pasó lo
de Aube; ni con ella, ni contigo. Es algo que ninguno de nosotros debería vivir
y, sin embargo, muchos, como tú, lo han sufrido. Pero, ¿por qué huiste? ¿Por
qué rechazaste la compañía de aquellos que habíamos jurado jamás separarnos? Sé
que no fuimos capaces de evitar lo inesperado, pero todos estamos destinados a
este mundo estúpido, fiel a las más absurdas compilaciones pesimistas, repleto
de penas que sobrevuelan los residuos de los recuerdos, sumidos en el más
absoluto estupor por lo que pudimos leer de lo que fuimos. Todos somos amantes
y culpables del pasado así como del presente, proyectistas de un futuro
distinto y menos caótico. Mas es el caos lo que nos une ahora y el ente
abstracto que rige nuestros días; y dentro de este régimen soñamos con una
unión, una cofradía de sobrevivientes, para lograr lo que nadie pudo antes que
nosotros: ser felices entre la miseria.
¿Ahora ves,
Goullard? Nuestras esperanzas son magras y renuentes nuestros corazones. El
capitán y explorador de las tinieblas, rápido en la risa como en la cólera, el
más amigo de los nuestros, así como el más fiero enemigo de la turbulenta
personificación de odio que nos persigue, yace a mis pies, en el letargo de
oscuridad que le fue otorgado por un tal “Cazador de Almas”. ¿Dónde fue a parar
el Goullard de mi infancia? ¿Qué se hizo de aquel que todos amábamos? ¿Leerás esto
cuando despiertes o continuarás tu relato sin dar cuentas de que una tipografía
distinta separa tu escrito final con el que devendrá? ¿Despertarás algún día?
Estoy cansada de tantas preguntas sin respuesta. No puedo decirte adónde iré,
no quiero que nadie, por error o por exceso de curiosidad, lea esta despedida,
pueda encontrarme luego, e intente acercarme a ti. Ya no seré una carga, ni
seré quien te cargue. Si de todas tus penurias sólo saldrás por Aube, entonces
ya no pertenezco a tu historia. Pero si alguna vez nos encontramos y puedes
reconocer a nuestro ―ya muy reducido― grupo, al mismo tiempo que podamos
reconocerte a ti, entonces serás bienvenido y recibido con honores, otrora
vanguardia de nuestros ideales, hoy menguante y machucado, inerte ser de
profundas penurias, una sombra del Goullard que conocimos.
No hay más palabras
en mí... porque sé que lo que quisiera decirte, no deseas escucharlo. Adiós.
Siempre tuya...
Kàrminn,
Como
solías llamarme.
‡
Fin del Capítulo 1
No hay comentarios:
Publicar un comentario